Alejandra de Argos por Elena Cue

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Solo faltaba una cortina de tela brocada para insinuar a modo de serrallo la entrada a la sala. Hace pocos días, La Gran Odalisca de Ingres estaba ya sola, colgada en su primer viaje a Madrid. Es una sala que el Prado ha teñido de azul plomo y que a esas horas de la noche el museo ilumina con una luz nueva, dirigida para forzar la ilusión. Y también, estaba su mirada, la de ella, dada la vuelta. Y estaban las plumas de pavo real.Y el incensario, engastado en piedras. Pocos días después llegarían los demás lienzos, sus compañeros en la exposición. Pero aquella noche estaba sola, precedida por unas salas medio oscuras en las que enormes cajas desordenadas recordaban aquellas neveras anticuadas de las tiendas de ultramarinos y encerraban los cuadros de Ingres que llegaban de otros museos del mundo.

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La gran odalisca (1804) Museo del Louvre, Paris.

 

Solo faltaba una cortina de tela brocada para insinuar a modo de serrallo la entrada a la sala. Hace pocos días, La Gran Odalisca de Ingres estaba ya sola, colgada en su primer viaje a Madrid. Es una sala que el Prado ha teñido de azul plomo y que a esas horas de la noche el museo ilumina con una luz nueva, dirigida para forzar la ilusión. Y también, estaba su mirada, la de ella, dada la vuelta. Y estaban las plumas de pavo real.Y el incensario, engastado en piedras. Pocos días después llegarían los demás lienzos, sus compañeros en la exposición. Pero aquella noche estaba sola, precedida por unas salas medio oscuras en las que enormes cajas desordenadas recordaban aquellas neveras anticuadas de las tiendas de ultramarinos y encerraban los cuadros de Ingres que llegaban de otros museos del mundo. Gigantescos cofres rojos, verde pastel, azul cobalto: cada gran museo tiene su color: por seguridad no se desvela qué color pertenece a qué museo. Las cajas del Louvre o de la National Gallery apenas se distinguen. Por estas y por otras razones, todo en Ingres era mágico. Y todo parecía contradictorio. Desde su biografía.

Jean Auguste Dominique Ingres nace en 1780, nueve años antes de la Revolución francesa. Muere en 1867. Son 86 años en los que vive casi todo: nace en la monarquía de Louis XVI, convive con la Revolución, con el consulado. Napoleón llega de las campañas de Egipto, después de imponer las manos a los enfermos de Jaffa. Años después, en 1815, vendrá la restauración borbónica, la revolución de 1830, el reinado de Luis Felipe, el segundo Imperio... Ingres conoce casi todos los ideales revolucionarios. Y los mira desde su balcón de pintor, sin mezclarse.

Sus 86 años de vida le permiten conocer a David y a Gros, a Gericault y a Delacroix, también convivir con el realismo de Courbet. Muere cuando nace Matisse y antes de que lo haga Picasso, 1881. Conoce casi todos los movimientos y las vanguardias del siglo XIX. En 1860 Monet está ya pintando tardes, luces y nenúfares. Mientras Ingres pinta a Napoleón como si lo pintara Memling.

 

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Ruggiero y Angélica (1819) Museo del Louvre, Paris 

  

Anclaje en el pasado

Lo más contradictorio en Ingres, pintor revolucionario, es su aparente y pertinaz anclaje en el pasado. Ingres, como si fuera una de las líneas sinuosas en los arabescos que trazan en el cuerpo de una odalisca, va enlazando fuentes arcaizantes, desde su pasión por la Grecia antigua y por los vasos etruscos. También y, sobre todo, por Rafael. Por Giotto y Masaccio, por el Trecento. Y por Poussin. Y por las ilustraciones homéricas de Flaxman.

Vincent Pomarède, comisario de la exposición, explica cómo para sus contemporáneos, Ingres era considerado un alumno aventajado de David y su paso como becario de la Villa Medicis no pasó inadvertido. Además fue tachado de primitivo y gótico y de pintar cuadros llenos de elementos indescifrables.

Muchos, entre otros Baudelaire, le embarcan más tarde en la pelea, algo simple, contra Delacroix. Sin embargo y con el tiempo, Ingres se va despojando de esa piel de serpiente que le viste de pintor académico. Empiezan a considerarse como originales sus búsquedas estéticas y desde los primeros años del siglo XX se empieza a dibujar el camino recto y claro de su influencia en la pintura posterior. Desde el simbolismo de Gustave Moreau, hasta algunos impresionistas: Degas y Renoir. Pero, sobre todo, en la pintura moderna, en Picasso y en Matisse. Además, y desde los años 1980 y 1990, la historia del arte devuelve a Ingres al Parnaso de los grandes pintores de la historia. De ahí quizás esta exposición del Prado.

 

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Mademoiselle Rivière (1805) Museo del Louvre, Paris.

  

¿Un Ingres el nórdico?

En el reposado retrato de Mademoiselle Rivière desde luego está la influencia La Belle Jardinière de Rafael. Está la Italia renacentista, pero está, sobre todo, el mundo nórdico: los primitivos flamencos. Desde los hermanos Van Eyck o desde Van der Weyden, nadie había vuelto a pintar cada detalle de un traje, cada interior de una casa, incluso un paisaje en la lejanía o un espejo. Caroline Rivière es una joven vestida para una noche de salón pero enmarcada por un paisaje como de Anunciación flamenca. Es en la obsesión por el detalle donde Ingres se vuelve un pintor flamenco. Cuando adapta cada pliegue de gasa blanca al escote de la modelo, cada volante transparente sobre su piel blanquísima, cada arruga de sus guantes de ante mostaza. Ese virtuosismo nos lleva de golpe a otras salas del Prado: es la manera en que Van der Weyden está pintando El Descendimiento en ese traje y en el ceñidor engastado en piedras de María Magdalena o en la capa de damasco morado de Nicodemo.

Es también nórdica la idea de la vuelta al retrato de la burguesía. A enmarcar a los personajes en sus casas, con sus objetos. Esa "belleza material" y de "mirada científica y atenta" con la que Stendhal describe a Ingres en 1824. En la portentosa Condesa de Haussonville, Ingres no solo pinta las calidades de una tela azul: las aguas de los pliegues del traje de satén de la modelo que pesan de manera distinta a la colgadura de la chimenea esta vez en terciopelo azul oscuro rematado por el galón de un cordón. Además, y como si se tratara del detalle con el que Jan van Eyck pinta la lámpara, la cama o los zapatos del cuarto del matrimonio Arnolfini, aquí también, Ingres fotografía una esquina de la vida de la sociedad francesa: los jarrones de Sèvres y su montura de bronce dorado, los prismáticos para la ópera, las tarjetas de baile o las turquesas de la pulsera. Baudelaire ya anunciaba: "No es Ingres el que ha buscado a la naturaleza, sino que es la naturaleza la que ha violado al pintor".

 

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La condesa de Haussonville (1845) The Frick Collection, Nueva York.

 

Extrañas anatomías

Ingres no disfruta pintando retratos: sin embargo son estos, junto con sus odaliscas, los que se convierten en obras maestras. Especialmente sus retratos femeninos en los que, en esa aparente amnesia impuesta, pinta carnes tan blandas que parecen no tener hueso, cuerpos casi invertebrados, más parecidos a sirenas. Sus caras son ovaladas como pantallas a las que parece pegarles las cejas o dibujar los labios. En sus hombros redondos, tan parecidos a los que pintara Winterhalter, muchas veces no existe la unión lógica con los brazos, las espaldas desnudas parecen líneas curvas, abstractas y musicales, los dedos meros tentáculos de calamar, como en Madame de Moitessier, pertenecen a una mano que sería incapaz de cerrarse y que se convierte solo en la excusa para que Ingres pinte sortijas de oro y reflejos. De la misma manera que el cuerpo de la modelo, a cuyo dibujo tuvo que dedicar 12 años, es solo la excusa para echarle por encima ese traje: el más maravilloso paisaje floral que se pueda pintar y para el que solo dedicó -no se sabe con certeza- si un día o una semana.

 

 

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Madame de Moitessier, (1856) National Gallery, Londres

 

Amor por Rafael

Podría decirse que Ingres es el gran fagocitador de todas fuentes que engulle. Lejos de ser deudor de ninguna tradición, y a pesar de declarar su amor monógamo por Rafael, Ingres es independiente de cualquier influencia, las revisa y utiliza todas en favor de su idea: convertir la tradición en modernidad. Del temprano Retrato imperial de Napoleón (1806), el historiador Norman Bryson dice: "Es como una película acelerada del arte occidental desde Fidias a Rafael en diez segundos". En este cuadro, además de la influencia del Altar de Gante de los hermanos Van Eyck, que por aquella época estuvo expuesto en el Louvre, están de manera casi fílmica otras decenas de símbolos que nos marean: la época de los césares en la corona de laurel de Napoleón, Bizancio en su frontalidad imponente, el cetro de Carlos V, las bolas de marfil del trono, una iluminada y la otra en la oscuridad, el respaldo dorado como una aureola, el águila germánica que despliega sus alas en la alfombra, la abeja merovingia, el armiño y el terciopelo, el símbolo masónico de la balanza en el borde de la alfombra, junto a una esquematizada Virgen de la silla de Rafael. Y sin duda lo mejor, el zapato.

 

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Napoleón en su trono imperial, (1806) Museo del Ejército, París

 

Fidelidad a la línea

La otra característica del estilo de Ingres es su fidelidad rotunda a la línea. Ingres es el rey del dibujo. "El dibujo lo comprende todo, salvo la tinta... Hay que dibujar siempre: dibujar con los ojos cuando no se puede dibujar con el lápiz", dijo Ingres. Su afán de repetición es casi musical. Es el Ingres violinista e hipermaníaco.

Y es también el dibujo el que lleva a Ingres a enlazar, en la cadena de los grandes maestros de la historia del arte, con los artistas de las vanguardias a los que nutre. Es Picasso por encima de todo, pero es también Derain y algo de Balthus, y es Warholl en su búsqueda del retrato perdido y podríamos decir que hasta es esa parte del Alex Katz, afincado estos meses entre Madrid y Bilbao, obsesionado con retratar la moda burguesa neoyorquina del momento.

Para enlazar la modernidad con Ingres escuchamos a Miguel Zugaza, director del Prado, tan involucrado en esta exposición: "Todos los buenos artistas saben extraer lo mejor de los artistas del pasado. En la muestra El Greco y la pintura moderna la conclusión a la que llegábamos era que de El Greco salían todas las formas posibles de pintura moderna: uno tiraba por el color, otro por la expresión, otro por lo abstracto... ¡Al final, disparaba hacia todos los lados! Y yo creo que Ingres también tiene algo así. En cambio, hay artistas como Velázquez, que son mucho menos fértiles en ese sentido: Las influencias de Velázquez -sigue Zugaza-, que son muy poderosas para la pintura europea de la segunda mitad del XIX, no van todas hacia el mismo lado. No hay esa fuerza de la imagen, de lo icónico, del dibujo. ¡Pues claro! Como no le va a interesar Ingres a Warhol o a Man Ray si estos son los grandes ilusionistas, están trabajando con las imágenes, con el poder que tienen las imágenes. Incluso en las lecturas que de sus imágenes más icónicas, como la Gran Odalisca, hacen los artistas más revolucionarios. Es decir, no es que Ingres sea un artista moderno, es que ES extraordinariamente moderno", dice Zugaza.

 

Monsieur Bertin, una cumbre.

Pensamos entonces en el retrato de Monsieur Bertin. Zugaza empieza a describirlo: "Es el retrato en el que más se acerca al retrato psicológico, por ejemplo de Velázquez". Como en toda obra de primera línea, aquí están ocurriendo muchas cosas. Desde la vuelta al guiño a los flamencos en ese estudio no sólo del vestir, sino del sobrio interior, reducido a la greca de un papel pintado y al respaldo de una butaca, pero ¡qué butaca!, con el brillo táctil y caliente de la caoba y esa diminuta ventana blanca reflejada en la madera que tantas cosas sugiere. Y de ahí a la fuerza de la mirada y la carga quizás de buey, quizás de toro bravo, de la figura del señor Bertin y a sus extrañas manos que ya fueron descritas en 1959 por Henry de Waroquier como "las patas de un cangrejo que salen de las tenebrosas cavernas que son las mangas de su chaqueta". La influencia de Picasso en el retrato de Gertrude Stein y su réplica por Felix Valotton nos hacen seguir preguntando. Habla Zugaza: "Picasso es un depredador de muchas cosas y sobre todo, nunca traiciona a la idea suprema que propone Ingres: el dibujo, esencia de la pintura. Y Picasso es un grandísimo dibujante, no deja de dibujar desde el principio hasta el final. Y eso no es un descubrimiento del propio Picasso, le ocurre también a Cézanne, es, diríamos, esa la tradición francesa clásica, idealista que penetra profundamente en un pintor visceral, muy naturalista por otra parte, como es Picasso. Lo mismo que le interesa también El Greco, que tanto le marca en su época azul. Los artistas saben ver lo que no vemos los historiadores del arte".

 

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Monsieur Bertin (1832) Museo del Louvre, Paris.

 


La diferencia con la pintura española

Al final volvemos a lo básico, ¿qué es lo que nos fascina de Ingres? El director del Prado sonríe, casi ríe: "A mí lo que me gusta de Ingres es su diferencia de los españoles... ¡Es tan francés! Esa idea tan francesa del clasicismo, que no tiene que ver solo con las fuentes de la Antigüedad, sino que es Georges de La Tour. Para nosotros es como un mundo ajeno. Incluso, cuando ya te pones delante de Federico Madrazo que es muy nuestro, pero cuando se pone muy francés, muy francés, se separa de nosotros; como en la Vilches. Y escojo la Vilches, no por ser el mejor retrato pintado por Madrazo, sino por ser el que más se asocia con esa visión cosmopolita, más francesa del retrato. Porque cuando Madrazo es mejor pintor, es cuando pinta a la española, cuando empieza a armonizar los grises, los negros... Y eso no lo hace Ingres. A mí me fascina lo exótico de Ingres. Ese clasicismo tan insólito, no sólo la tradición sino verdaderamente una tradición modernizada."

 

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La bañista de Valpinçon, (1808) Museo del Louvre, Paris

 

Al salir nos encontramos de nuevo frente a La Gran Odalisca. De ella, como de La bañista de Valpinçon se ha hecho mucha literatura. El serrallo, la multiplicación de los efectos sensoriales, el ruido del agua en las fuentes, el olor del tabaco, esos turbantes deuda de la Gran Fornarina o de otro lugar más exótico, las cortinas que velan o desvelan, las babuchas, los incensarios, las espaldas que se dan la vuelta, y nos miran a veces. Esas espaldas... ambas tan raras, tan hechas de luz, como si la piel fuera una funda de no se sabe qué cuerpo. Sentimos de nuevo las palabras de Zugaza: "Pensaba, al ver este cuadro, en la Virgen de El Descendimiento de Van der Weyden. Si la despojas de todas sus telas, de los objetos y la conviertes en un desnudo, realmente el problema que se plantea Ingres está de alguna forma ahí. Esta falta de rigor anatómico, las famosas tres vértebras, las piernas vete tú a saber dónde, esto ya forma parte de la Historia de la pintura".

 

- Ingres, el gran fagocitador-                                           - Alejandra de Argos -

La obra de la artista italiana Tatiana Trouvé (1968) afincada en París crece determinada en el area del dibujo, la escultura y las instalaciones con una mirada inquisitiva sobre conceptos como el tiempo, el espacio o la memoria. Sus creaciones de lugares son como huellas del alma que nos muestran un universo interiorista.  El Centro Georges Pompidou en Paris o el MAMCO de Ginebra han expuesto su obra, así como las galerias Emmanuel Perrotin o Gagosian. Trouvé ha sido merecedora del premio Marcel Duchamp (2007) y ha participado por dos años en la Bienal de Venecia y en la de São Paulo.  Su último trabajo ha sido una escultura para un espacio público en la ciudad de Nueva York. El punto de inicio de este trabajo es la observación que realicé al estudiar el parque y su historia, pero también, y sobre todo, aprovecho mi propia experiencia de este lugar. Central Park es un objeto natural y cultural, un centro neurálgico de dinámicas y de movilidad situado en pleno corazón de una ciudad, que reúne un conjunto de paisajes heterogéneos.

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Tatiana Trouvé in her studio whit Lula. Photo credit: Alastair Miller.

 

La obra de la artista italiana Tatiana Trouvé (1968) afincada en París crece determinada en el area del dibujo, la escultura y las instalaciones con una mirada inquisitiva sobre conceptos como el tiempo, el espacio o la memoria. Sus creaciones de lugares son como huellas del alma que nos muestran un universo interiorista. 

El Centro Georges Pompidou en Paris o el MAMCO de Ginebra han expuesto su obra, así como las galerias Emmanuel Perrotin o Gagosian. Trouvé ha sido merecedora del premio Marcel Duchamp (2007) y ha participado por dos años en la Bienal de Venecia y en la de São Paulo. Su último trabajo ha sido una escultura para un espacio público en la ciudad de Nueva York. 

 

 Tatiana2  Tatiana TROUVÉ. Desire Lines 2015. Metal, epoxy paint, wood, ink, oil, rope. 350 x 760 x 950 cm. Photo credit: Emma Cole

 

En su encargo público "Desire Lines" para el Central Park de Nueva York ha creado una obra muy poética imaginando una simbiosis entre el acto de caminar y la cultura. Las medidas de los 212 diferentes posibles senderos que recorren el parque como arterias vivas son recogidas en unas grandes bobinas con cuerdas teñidas en una amplia gama de colores. ¿Puede hablarnos del significado cultural y político de esta obra?

El punto de inicio de este trabajo es la observación que realicé al estudiar el parque y su historia, pero también, y sobre todo, aprovecho mi propia experiencia de este lugar. Central Park es un objeto natural y cultural, un centro neurálgico de dinámicas y de movilidad situado en pleno corazón de una ciudad, que reúne un conjunto de paisajes heterogéneos. En ese sentido, es un proyecto emblemático de la modernidad. Por eso no deseaba realizar una obra que se sumase a las numerosas esculturas que se han hecho en este contexto. Como subrayaba el artista Robert Smithson, Central Park ya es de por sí una escultura. Por eso decidí entablar un diálogo con el parque. He creado recorridos a partir de todas las carreteras y de todos los caminos que lo atraviesan, abiertos para caminar. Estos recorridos se midieron y luego se transfirieron a unas bobinas, de forma que si se suman las longitudes de las cuerdas de las 212 bobinas reunidas en las tres grandes góndolas que componen Desire Lines [Líneas del deseo], encontramos las del conjunto de las carreteras y de los caminos que una persona puede recorrer a pie.

Después, por una parte, identifiqué cada bobina de cuerda con la descripción del recorrido que contiene y con el título de una marcha histórica, de una obra de un artista, de un escrito o de una canción cuyo tema fuese caminar y al que este recorrido está asociado: Selma to Montgomery March (21 de marzo de 1965), Woman Suffrage Parade (3 de marzo de 1913), proyectos de “artistas caminantes” como Richard Long o Hamish Fulton, poemas de Baudelaire o de André Breton, ensayos de Guy Debord o de Henri J. Thoreau, canciones de Johnny Cash o de Robert Johnson… Es decir, un conjunto de 212 referencias que permitían asociar cada uno de estos caminos con otro – histórico, imaginario, político, cultural – y poner a disposición de cada transeúnte una propuesta que le permita caminar de nuevo, y de forma diferente, por el parque. Y podría resumirlo con esta fórmula: “Seguir los pasos de otro”. El hecho de caminar tiene una belleza singular, es una acción común y banal, pero al mismo tiempo es un medio privilegiado de la lucha, un despertar de los sentidos y del espíritu que es el origen de formar parte del mundo de una manera subjetiva...

 

El dibujo es la llave en el grueso de su obra. De esta disciplina artística se extiende a las otras como la escultura y las instalaciones. ¿Qué importancia tiene el dibujo para usted?

El dibujo, en efecto, ocupa un lugar fundamental en mi trabajo. Como señala usted, el hecho de dibujar está presente en toda mi producción. Dibujo espacios, ya sean en tres dimensiones o en dos. Para decirlo de otra manera, mis dibujos en dos dimensiones son imágenes de espacios, y, a su vez, mis instalaciones en tres dimensiones construyen espacios que funcionan como imágenes. 

 

 14840hd01  Untitled, from the series Remanence 2008. Pencil on paper, pencil lead, tin, plastic. 82,5 x 119,5 cm

 

Sus dibujos de creaciones espaciales son muy inquietantes, como en "The unremembered". Las representaciones metáforicas de lugares del pensamiento nos introducen en un mundo onírico, del inconsciente. Deben ser una fuente de autoconocimiento...

A estos dos elementos, el espacio y la imagen, que están presentes en mi trabajo, los completa un tercero: la rememoración. Dibujar, para mí, es poner a trabajar la memoria, y es, sin duda, la razón por la cual aparecen con bastante frecuencia los términos “imagen mental” o “inconsciente” para describir mis trabajos. Pero hay algo que me interesa especialmente del inconsciente, y es que no conoce el tiempo. En el espacio del sueño, todos los tiempos coexisten y se superponen los unos a los otros. Es una dimensión que me interesa, y trato efectivamente de darle una forma en mis dibujos.

 

¿Por qué sus intervenciones espaciales siempre están deshabitadas?

Me gusta mucho una cita del arquitecto italiano Ugo La Pietra que dice “Habitar es estar en casa en todas partes”, con la que quiere decir que habitar es, ante todo, un ejercicio de la mirada. He hecho una obra llamada The Guardian [El guardián]. Su título hace referencia a una persona a la que se le asigna un lugar en una silla. Pero este guardián solo existe en el dispositivo donde se encuentra: sobre esta silla está colocada una vara de cobre (que guarda el sitio del guardián), que atraviesa una pared de hormigón en la que, a un lado y a otro, cuelgan unas bolsitas de bronce y de plástico. En el interior de esta pared hay obras enterradas, cuyos “fantasmas” se pueden apreciar en las empastaduras de su superficie. Es un guardián ausente que vigila una exposición invisible, pero también es un dispositivo que debe ser habitado por la mirada, tal y como quieren las imágenes.

 

   Exhi Schinkel Pavillon 201 4 photo Roman MÑrz 2 

Tatiana TROUVÉ. Untitled 2014. Patinated bronze, copper, paint, concrete, leather, plastic. 180 x 454 x 250 cm. Photo crdeit: Roman März

 

Su trabajo en "Bureau" es como una especie de "En busca del tiempo perdido" ya que hizo una obra de arte de todo el tiempo que tuvo que perder buscando trabajo o haciendo gestiones cotidianas que le alejaban de su actividad artística. ¿Qué importancia tiene el concepto de tiempo en su obra?

No me planteo el tiempo en sus dimensiones abstractas, a una escala, por ejemplo, del tiempo cósmico y de sus duraciones infinitas. Considero el tiempo como un material de mi trabajo desde que realicé Bureau d’Activités Implicites [Oficina de Actividades Implícitas], cuyo primer módulo se realizó en 1997. Es un tiempo a escala humana, un tiempo que experimentamos. Así, no se trata tanto de un concepto, sino de una realidad que vivimos en sus diferentes manifestaciones: los tiempos de espera, los tiempos de búsqueda, los tiempos de deambulación. Pero lo que me interesa más aún es la coexistencia de los tiempos. Creo que los tiempos son dobles. El presente es doble, tiene dos caras que coexisten simultáneamente: el presente es pasado que pasa. He hecho una serie de obras llamadas I Tempi Doppi [Los tiempos dobles]. Cada una de las obras que pertenecen a esta serie se compone de una lámpara encendida unida por un hilo de cobre a otra lámpara, apagada. El pasado y el presente se alimentan recíprocamente manteniendo una relación singular que quiere que se apaguen así la una a la otra, porque el pasado también está hecho de presente que pasa. Los tiempos son dobles, porque funcionan en doble sentido.

¿Qué es lo más importante que le ha aportado el arte?  

El arte me ha dado lo que he cogido de él. 

"Double Blind" es el nombre de su primera gran exposición en el Palais de Tokyo en Paris cuyo título alude a la irresoluble situación que surge cuando nos encontramos ante un mensaje intrínsecamente paradójico. ¿Cuál es su interés por los opuestos y la tensión que se desprende entre ellos?

Este título, Double Bind [Disyuntiva], respondía a la propuesta espacial que había ideado para esta exposición en el Palacio de Tokio. La tensión estaba en el espacio, no tenía nada de psicológica, contrariamente al uso corriente de esta expresión. Y no se materializaba a través de una contradicción, sino en una estructura en eco que perturbaba la comprensión que podíamos tener de ello, y producía una sensación de flotamiento entre uno y otro. Lo que me interesa, por cierto, no es la tensión como tal, sino lo que abre entre dos: esos espacios-tiempo intersticiales o esos intermundos y la atención flotante que generan cuando nos instalamos en ellos. 

  

Su trabajo está lleno de significados, hay un interesante discurso que le subyace ¿Es suficiente la experiencia estética inmediata del espectador ante su obra o creé que es necesario un cierto conocimiento previo antes de enfrentarse a ella? 

 

Hay que tener confianza en los que miran, porque la experiencia estética está de su lado. Hay muchas maneras de activar el potencial de las obras, pero ante todo hay que prestarles una atención constante. Atención: la percepción requiere participación es el título de una obra de Antoni Muntadas, que subraya que hay que resaltar los sentidos para lograr entender una obra, pero también que todo el mundo puede conseguirlo con sus medios. Pero sin este compromiso, no es posible ninguna experiencia estética. Todo empieza a partir de este aumento de la atención, y también es ella la que te puede llevar a documentarte sobre un proceso o un trabajo. Por supuesto, las obras ofrecen unos enfoques diferentes de esta experiencia. Si tomo el ejemplo de Desire Lines, un pequeño texto explicativo retomaba el principio de la reproducción de las distancias de los caminos del parque en unas bobinas. Después, le corresponde a cada uno continuar. La forma más sencilla es a través de la lectura de los títulos en las bobinas y de la evocación de caminatas que se recuerdan, a lo que también se pueden sumar los propios recuerdos, teniendo en cuenta las referencias completas de los diferentes títulos dados a los diferentes caminos, que hacen que aparezcan de manera más explícita unos referentes históricos, culturales y políticos, que permiten sumergirse en una historia de la marcha. Pero también se puede dar un paseo por el parque, que interpretaría los elementos culturales e históricos presentes, ya sea a través de la lectura de un poema o de un libro, escuchando una pieza de música o la documentación de una marcha histórica o una representación de un artista.

Al activar cada uno de estos modos de funcionamiento, la persona que mira/anda seguiría los pasos de otra. En diversos grados, pondría la obra en movimiento. Siempre son posibles varias lecturas, no se impone ninguna, pero todas las que funcionan se apoyan en un enfoque propuesto por la obra

¿Con su arte cuestiona o resuelve?

Personalmente, no creo que el arte plantee preguntas o aporte respuestas. Creo que el arte desorienta, es decir, nos invita a pensar de otra manera, a partir del desplazamiento de nuestras referencias.

 

- Entrevista a Tatiana Trouvé -                         - Página principal: Alejandra de Argos - 

 

 

Sospecho que mucho antes que Denis Diderot escuchara en casa de Madame d’Epirey la historia que había conmocionado en la primavera de 1758 a los círculos progresistas parisinos sobre los infortunios de la joven religiosa Marguerite Delamarre, ya sobrevolaba sobre su brillante cabeza la idea de escribir acerca de la vida en los conventos franceses de la primera mitad del siglo XVIII. Diderot nunca olvidó el triste final de su querida hermana en el convento de las Ursulinas de Langres, su ciudad natal, donde fue recluida por su débil salud mental. La historia de Marguerite Delamarre comenzó cuando sus padres, con a penas tres años, la enviaron a un convento donde permaneció hasta su muerte a pesar de sus desesperados intentos de abandonar una vida de privaciones y sacrificios.

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Sospecho que mucho antes que Denis Diderot escuchara en casa de Madame d’Epirey la historia que había conmocionado en la primavera de 1758 a los círculos progresistas parisinos sobre los infortunios de la joven religiosa Marguerite Delamarre, ya sobrevolaba sobre su brillante cabeza la idea de escribir acerca de la vida en los conventos franceses de la primera mitad del siglo XVIII. Diderot nunca olvidó el triste final de su querida hermana en el convento de las Ursulinas de Langres, su ciudad natal, donde fue recluida por su débil salud mental.

La historia de Marguerite Delamarre comenzó cuando sus padres, con a penas tres años, la enviaron a un convento donde permaneció hasta su muerte a pesar de sus desesperados intentos de abandonar una vida de privaciones y sacrificios. Su desesperación le llevó a recurrir a todas las instancias eclesiásticas y civiles a su alcance, pero naturalmente todos sus recursos fueron desestimados y murió sin conseguir su ansiada libertad. La noticia impactó de manera muy especial en el espíritu de un librepensador amigo de Diderot, el marqués de Croismare, quien trató de ayudar a la religiosa sin fortuna a pesar del tiempo y dinero que dedicó al asunto. Este hecho y el profundo malestar, por esa práctica tan común de la época de recluir en conventos a las jóvenes con poca fortuna física y económica, fueron la excusa perfecta para que Diderot escribiera esta singular novela: “He comenzado a escribir La religiosa y estaba en ello aún a las tres de la noche. Escribo a vuela pluma. Ya no es una carta, sino un libro. Contendrá cosas verdaderas, patéticas”. Con estas palabras le relataba a su querida amiga la escritora Louise d’Epinay el trabajo que había comenzado. La religiosa escrita en un estilo directo, casi como si de un informe se tratara pero sin perder su fuerza dramática, confieren a la obra un carácter de autenticidad que revelan el terrible fondo de una realidad que comenzaba a salir a la luz.


La religiosa, es una auténtico tratado sobre la mujer, donde Diderot hunde su pluma para profundizar en problemas cruciales de la existencia humana, aquellos que conservan su vigencia a pesar de que el mundo haya cambiado de forma radical. Francia el país más desarrollado intelectual y culturalmente de la segunda mitad del siglo XVIII, mantuvo durante mucho tiempo las ataduras morales del Antiguo Régimen, el orden social establecido tardaría en asumir las premisas de la Ilustración. La religiosa es un relato en forma epistolar, escrito en primera persona por su protagonista Suzanne Simonin, una bella e inteligente joven que se ve primada contra su voluntad de la vida a la que parecía destinada. La voz de Suzanne denuncia asuntos tan universales como; el papel de la mujer en la sociedad, los entresijos de los conventos y las ordenes religiosas, el fanatismo culpabilizador de la Iglesia y el cinismo de la sociedad intolerante de su tiempo.

 

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El centro de la cuestión de la novela está en el protagonismo de la mujer y su búsqueda de independencia a través de la idea de tener un pensamiento autónomo y ser libre para ejercerlo. Ser fiel a si mismo, no asumir las culpas de otro, no poner el nombre de Dios en vano, son algunas de las reflexiones de la novela. Dilemas morales básicos todavía hoy en nuestra sociedad y que a Diderot le sirven para convertir la experiencia del otro en el elemento central de la reflexión sobre el mundo.

No estamos ante la negación de un Dios verdadero, ni de la fe, pero si frente a la denuncia de una religión negadora de lo más preciado que tiene el hombre, la libertad. El anticlericalismo al que se refiere Diderot es aquel que coarta la libre elección y obliga en nombre de Dios a una existencia impuesta, sórdida y cruel hasta sus últimas consecuencias. La novela es casi un tratado del comportamiento femenino frente a las obligaciones impuestas de manera arbitraria y definitoria por una sociedad castradora y un canto a la tolerancia. Vocaciones forzadas, vidas indignas y trabajos sin sentido se mezclan con el fanatismo, la melancolía, la histeria, la sexualidad, la reclusión y la crueldad de un mundo dogmático de castigos eternos, oscuro y sin control, ajeno a los valores individuales y a la razón que comenzaban a sentirse con los ilustrados.

La novela apareció por entregas a partir de 1780 en La Correspondencia Literaria de Grimm, una especie de periódico manuscrito al que solo tenían acceso contados personajes de la aristocracia europea, y no sería conocida por el público hasta 1796. Diderot no llegó a verla impresa lo que impidió que su autor pudiera defenderse de la acalorada controversia que suscitó.

No podemos olvidar que Denis Diderot es uno de los personajes que más han ayudado a cambiar de manera radical la mentalidad del mundo civilizado. Él es una de los astros de la pléyade de grandes ilustrados, cabeza universal capaz de interesarse por todo con sabiduría y originalidad. Su pensamiento se ha enfrentado a los grandes retos de nuestra historia con una prosa excepcional y sigue siendo una guía para entender el discurrir de la vida y de nuestra propia existencia. No hace falta leer entre líneas para darse cuenta de la vigencia de esta obra que no ha perdido sentido desde que en 1760 Denis Diderot comenzará a escribirla.

 

- La Religiosa. Denis Diderot -                                              - Alejandra de Argos - 

Las salas del Museo Thyssen-Bornemisza acaban de inaugurar una exposición del artista Edvard Munch (1863-1944) comisariada con exito por Paloma Alarcó, que nos permite "escuchar con nuestros ojos a los muertos".  Los cuadros y los escritos se funden en las salas del museo divididas en Arquetipos emocionales para transmitirnos las obsesiones que a este artista le acompañaron a lo largo de su intensa vida. La gente cree que se pueden tener poco amigos, olvidando que los más autenticos y mejores son los muertos y sobretodo los más numerosos, me propongo entablar una serie de conversaciones con el más allá. Con motivo de que el atormentado espíritu del artista noruego se ha posado circunstancialmente en Madrid, me he dirigido con entusiamo a conocer más sobre él.

 Autor: Elena Cué

 

  Munch Self-portrait in Front of the House Wall 1926 cropped. Edvard Munch. 

 imagen: Autorretrato ante la fachada de la casa (1926), disponible en http://www.visitoslo.com/

 

Las salas del Museo Thyssen-Bornemisza acaban de inaugurar una exposición del artista Edvard Munch (1863-1944) comisariada con exito por Paloma Alarcó, que nos permite "escuchar con nuestros ojos a los muertos".  Los cuadros y los escritos se funden en las salas del museo divididas en Arquetipos emocionales para transmitirnos las obsesiones que a este artista le acompañaron a lo largo de su intensa vida.

La gente cree que se pueden tener poco amigos, olvidando que los más autenticos y mejores son los muertos y sobretodo los más numerosos, me propongo entablar una serie de conversaciones con el más allá. Con motivo de que el atormentado espíritu del artista noruego se ha posado circunstancialmente en Madrid, me he dirigido con entusiamo a conocer más sobre él.

 

 Muerte en la Habitación (1895).Edvard Munch  

imagen: Muerte en la Habitación (1895), disponible en http://www.edvardmunch.org/ 

 

E.C.: Comencemos hablando de su infancia.

Edvard Munch: En mi infancia yo siempre sentí que me trataron injustamente. Recibí en herencia dos de los peores enemigos de la humanidad. Las herencias de la tuberculosis y la enfermedad mental. La enfermedad, la locura y la muerte fueron los ángeles negros junto a mi cuna. Una madre que murio temprano, me dejo la semilla de la tuberculosis. Un padre hipernervioso, pietista, religioso hasta rozar la locura, de una antigua estirpe, me dejó las semillas de la locura.

 

E.C.: Cuando recuerda esos años ¿Qué sentimientos prevalecían?

Edvard Munch: Desde el nacimiento, los ángeles del miedo, el dolor y la muerte estaban a mi lado, salían conmigo a jugar, me seguían bajo el sol de primavera, en el esplendor del verano. Estaban a mi vera por la noche, cuando cerraba los ojos y me amenazaban con la muerte, el infierno y el castigo eterno. Y a menudo me despertaba por la noche y miraba la habitación con los ojos como platos presa del pánico ¿Estoy en el infierno?

Me atenazaba el miedo de morir; el miedo me acosó durante toda la juventud.

 

E.C.: Infierno y cielo, ¿Cómo concibe la eternidad?

Edvard Munch: De mi cuerpo putrefacto surgirán las flores y yo estaré en ellas y eso es la eternidad.

 

 Edvard Munch. Madonna.-1894-1 

 imagen: Madonna (1894-95), disponible en http://www.huffingtonpost.com/

E.C.: ¿Y dónde está Dios? 

Edvard Munch: La fe fanática en cualquier religión, por ejemplo el cristianismo, trajo consigo el ateísmo, trajo una fe fanática en un no dios. Y se contentaban con esta no fe en Dios, que al fin y al cabo también era una fe. En general es una tontería afirmar cualquier cosa sobre lo que viene después de la muerte.

Pero qué es lo que da su fuerza a esta fe cristiana. Si bien son numerosos los que tienen dificultades para creer en ello. Aunque uno no pueda creer que Dios es un hombre con una gran barba, creer que Cristo es el hijo de Dios que se ha hecho hombre, o creer en el Espíritu Santo que se hizo paloma, hay mucho de verdadero en esta idea. Dios, como el poder que debe estar en el origen de todo, que lo rige todo. Digamos que dirige las ondas luminosas, el movimiento de las olas, el centro mismo de la energía. El Hijo, la parte de esta energía que esta en el hombre, esa inmensa energía que llenaba a Cristo. La energía divina, la energía del genio y el Espiritu Santo. Los pensamientos más sublimes enviados por las fuentes de energía divinas hacia las estaciones de radio humanas. En lo más profundo de los seres. Aquello de lo que todo ser humano está provisto.

 

 Retrato de Friedrich Nietzche (1906). Edvard Munch 

  imagen: Retrato de Friedrich Nietzche (1906), disponible en http://www.the-athenaeum.org/

E.C.: ¿Pero cómo piensa que es la muerte?

Edvard Munch: Morir es como si los ojos se hubiesen apagado y no se puede ver nada más. Tal vez es como estar encerrado en un sótano. Uno es abandonado por todos. Han cerrado la puerta y se fueron. Uno no ve nada y advierte sólo el olor a humedad de la putrefacción.

 

E.C.: ¿Y qué me dice de la vida?

Edvard Munch: Se me ha dado un papel único que desempeñar en esta tierra: que me ha dado una vida llena de enfermedad y mi profesión como artista. Es una vida que no contiene nada que se asemeje a la felicidad, y, además, ni siquiera el deseo de felicidad. 

 

E.C.: ¿Ni siquiera el amor? 

Edvard Munch: Los destinos humanos son como los planetas. Como una estrella que aparece en la oscuridad y se encuentra con otra estrella, reluce un instante para luego volver a desvanecerse en la oscuridad, así, así se encuentran un hombre y una mujer, se deslizan el uno hacia el otro, brillan en un amor, llamean, y desaparecen cada uno por su lado. Sólo unos pocos se encuentran en una gran llamarada en la que ambos pueden unirse plenamente.

Los antiguos tenían razón cuando decían que el amor era una llama, puesto que como la llama solo deja tras de sí un monton de cenizas. El amor puede convertirse en odio, la compasión en crueldad.

 

 Cenizas (1894). Edvard Munch 

   imagen: Cenizas (1894), disponible en http://www.edvardmunch.org/

E.C.: Los celos van muy unidos al amor, ¿Cómo los describiría?

Edvard Munch: Una mirada misteriosa la del celoso, en esos dos ojos punzantes se concentran muchos reflejos, como en un cristal. La mirada es exploratoria, interesada, llena de odio y amor, una esencia de aquella que todos tienen en común. 

El celoso dice a su rival: vete, defectuoso; vas a calentarte en el fuego que yo he encendido; respirarás mi aliento en su boca; te empaparás de mi sangre y serás mi siervo pues mi espíritu te regirá por mediación de esta mujer convertida en tu ama.

 

E.C.: Ahora, hablemos de arte... ¿De dónde surge?

Edvard Munch: En general el arte surge de la necesidad de un ser humano de comunicarse con otro. No creo en el arte que no se haya impuesto por la necesidad de una persona de abrir su corazón. Todo arte, la literatura como la música ha de ser engendrado con los sentimientos más profundos. El arte son los sentimientos más profundos.

 

E.C.: ¿Cuál es el fin de su arte?

Edvard Munch: En mi arte he intentado explicarme la vida y su sentido. También he pretendido ayudar a otros a aclararse con la vida. El arte es el corazón de la sangre. 

No debemos pintar más interiores con gente leyendo o mujeres haciendo punto. En el futuro hay que pintar gente que respire, sienta, sufra o ame. Como Leonardo da Vinci diseccionó cadáveres y estudió los organos internos del cuerpo humano, yo intento diseccionar el alma.

 

E.C.: Conclusión.

Edvard Munch: Mi arte se basa en una única reflexión: ¿por qué no soy como los demás?

 

E.C.: ¿ Cómo cree que debería acercarse el espectador al arte?

Edvard Munch: El espectador debe adquirir conciencia de lo que la pintura tiene de sagrado, de modo que se descubra ante ella como en la iglesia.

 

 el grito. Edvard Munch 

 

E.C.: Uno de sus cuadros icónicos es El Grito, ¿ podría explicarnos cuál es el origen de una expresión emocional tan radical?

Edvard Munch: Paseaba por el camino con dos amigos cuando se puso el sol. De pronto el cielo se tornó rojo sangre. Me paré, me apoyé sobre la valla extenuado hasta la muerte, sobre el fiordo y la ciudad negros azulados la sangre se extendia en lenguas de fuego. Mis amigos siguieron y yo me quedé atrás temblando de angustia y sentí que un inmenso grito infinito recorría la naturaleza. 

 

E.C.: Es sabida su afición a la fotografía ¿ Qué opina de ella como otro modo de expresión artistica?

Edvard Munch: La cámara fotográfica no podrá competir con el pincel y la paleta mientras no pueda utilizarse en el cielo y en el infierno. 

 

 Edvard Munch.  

 

E.C.: ¿ Dónde se encuentra la belleza en su arte?

Edvard Munch: La insistencia en la armonía y la belleza en el arte es una renuncia al ser honrado; sería falso mirar únicamente el lado agradable de la vida.

 

E.C.: Su escritura tiene un marcado estilo aforístico. Finalicemos así...

Edvard Munch: El pensamiento mata la emoción y refuerza la sensibilidad. El vino mata la sensibilidad y refuerza la emoción.

 

- Conversaciones con artistas del pasado. Edvard Munch. -          - Página principal: Alejandra de Argos -

  Obra de Élisabeth Louise Vigée Le Brun  

 

París rinde homenaje con una gran exposición a una de las artistas más importantes del siglo XVIII. El Grand Palais albergará hasta el 11 de enero de 2016 una retrospectiva de Élisabeth Louise Vigée Lebrun (1755-1842). Más de 160 obras entre óleos, pasteles y dibujos recorren la vida de esta gran pintora, que cautivó con su maestría a la Europa más refinada de su tiempo.

Élisabeth Louise Vigée Lebrun posiblemente sea una de las pocas artistas plásticas a las que se le ha dedicado atención y reconocimiento, algo poco común ya que el genio femenino no parece haber atraído mucho la atención. Creo que podría decirse que Vigèe Le Brun es casi un mito dentro de la Historia del Arte. Su reconocimiento en vida y su fortuna crítica parece que no hayan decaído a lo largo de los años. Su agitada existencia hacen de ella un personaje tremendamente atractivo, conoció la vida mundana del Antiguo Régimen, las horas de la Revolución, las cortes europeas más importantes  de su tiempo y cuando regresó a París, después de un largo exilio, el Imperio napoleónico. Muy consciente de su talento supo imponerse en un entorno masculino y se sirvió de todas las armas de las que disponía para hacerse un hueco en un mundo artístico dominado por hombres. Con una gran sutileza utilizó su propia imagen como propaganda de su buen hacer como retratista. Son numerosos los autorretratos en los que se dejar ver el genio, la belleza y vitalidad de esta mujer dispuesta a llegar a la cima. 

 

 Obra de Élisabeth Louise Vigée Le Brun 2 

 

Élisabeth Louise Vigée, nació en París en 1755 en un entorno artístico, su padre Louis Vigee fue retratista y un magnifico pastelista que introdujo muy pronto a su hija en el oficio. A los quince años comenzó a trabajar como retratista y en 1774 ingresó en la Academie de Saint Luc donde se expusieron sus primeros trabajos. Su matrimonio con el marchante de arte Jean Baptiste Pierre Le Brun le abrieron nuevas puertas y vías de conocimiento, estudió a los maestros antiguos y se rodeó de obras de arte de todo tipo que fueron una fuente muy importante de inspiración. En 1778 pintó el primero de una larga serie de retratos de la Reina María Antonieta, una de las razones a las que debe su fama. La  estrecha relación con la Reina fue de gran ayuda para su ingreso como miembro de pleno derecho, en 1783, en la Academie Royale de Peinture et de Sculpture. La primera exposición en la Academie  de sus retratos fue recibida con recelo pero pronto se ganó el apoyo de critica y público. En 1785 pintó el gran cuadro de la Reina María Antonieta con sus hijos. Su éxito provocó numerosas envidias y pronto fue objeto de críticas y calumnias por parte de sus adversarios y, a pesar de que ella se defendió  hábilmente, pesaron de forma incuestionable con la llegada de la Revolución obligándola a abandonar París e iniciar un largo peregrinaje por toda Europa.

 

 Élisabeth Louise Vigée Le Brun: portrait-of-charles-alexandre-de-calonne-1784 

 

En Italia pasó sus primeros años de exilio, Turín, Parma, Florencia, Venecia, Roma y Nápoles, son algunas de las ciudades donde Élisabeth Vigée vivirá alejada de un mundo que ya no volvería a repetirse. Su fama le precedía y muy pronto  los círculos aristocráticos y artísticos le abrieron las puertas, rindiéndose a la gran retratista francesa. La vuelta a París se hace esperar y el exilio continuará durante varios años más. En 1792 se trasladó a Viena para trabajara activamente para los aristócratas exilados franceses y  la nobleza austriaca y polaca. En 1795 viaja a Rusia y  pronto se instala en San Petersburgo. La corte de Catalina II la recibe con entusiasmo y durante seis años pintará incansablemente poniendo de moda una nueva manera de entender el arte del retrato. Su trabajo recibió el reconocimiento oficial de la  Academia de Bellas Artes de San Petersburgo y de nuevo fue recompensada con el apoyo de colegas y público. Durante estos años, más de doce, la fama y fortuna de esta francesa internacional se vió notablemente incrementada, procurándole una libertad inusual en una mujer de su época. El 18 de Enero de 1802 regresó definitivamente a París donde fijó su residencia habitual con excepción de algunos viaje a Inglaterra y Suiza. Durante estos años continuará trabajando y luchando incansablemente para mantener su fama y prestigio en los círculos artísticos más importantes de Europa. Sus salones fueron lugar de encuentro de ilustrados, pintores, escritores e intelectuales. Los años no mermaron su vitalidad artística y curiosidad, dedicando la mayor parte del tiempo a cultivar el arte del paisaje tomado del natural muy de moda con la llegada del Romanticismo. Pocos años antes de morir y con la ayuda de sus sobrinas escribió, sus Souvenirs, tres volúmenes dedicados a rememorar las experiencias de una vida plena, de la que disfrutó hasta sus últimas consecuencias, sin compromiso ni quejas. Élisabeth Louise Vigée murió en París en 1842.

 

 Obra de Élisabeth Louise Vigée Le Brun 3 

 

Mme. Vigée Lebrun practicó un arte refinado lleno de belleza y rebosante de vida, imprimiendo innovaciones cromáticas a unas composiciones llenas  de expresividad que dejan patente su depurada técnica. Sus retratos son el reflejo de toda una época y una fuente inagotable para estudiar ese ideal de mujer que ella misma representaba. No rompe con los estereotipos de la época pero sus modelos van más allá de la pura representación pictórica. Las poses y las actitudes de cada una de sus modelos traslucen la importancia que adquieren  sus retratos para el estudio de toda una época. Nada queda al azar, detrás de cada imagen el espectador encuentra multitud de detalles que adquieren vida propia fuera de la composición general. Su trabajo sirvió de referencia para otros pintores y fue incorporando las temáticas que imponían los nuevos tiempos. Ejemplos de ellos son sus cuadros alegóricos y mitológicos muy del gusto neoclásico, las composiciones que reflejan el amor materno filial de influencia roussoniana  y una larga galería de retratos de mujeres bellas y sensuales que fueron adaptándose a cada momento y lugar. 

 

 Obra de Élisabeth Louise Vigée Le Brun 4 

 

Al nombre de está gran pintora hay que unir el de otra  artista parisina con la que compartió el interés por la pintura de caballete y la lucha por el reconocimiento de su trabajo en un mundo de hombres, la pintora Adélaïde Labille-Guiard (1749-1813). Ambas ingresaron en la Real Academia de Pintura y Escultura de Francia el mismo día y por la similitud de su trabajo, fueron constantemente comparadas y aunque Labille-Guiard no alcanzo la fama internacional de Vigée Le Brun, supo también hacerse un hueco y obtener un merecido reconocimiento como pintora de historia y retratista, además de ser una exitosa profesora.  Después de trabajar para la corte de Luis XVI reconvirtió  sus pinceles a los nuevos tiempos revolucionarios y continuó pintando hasta el final de sus días. 

 

 vigee le brun 

 

Vigée Le Brun y Labille-Guiard contribuyeron con su trabajo a promover el estudio de las Bellas Artes entre las nuevas generaciones de mujeres artistas y pusieron de manifiesto con su arte que el ser  mujeres no es un impedimento para  demostrar  talento y  fuerza creadora en un mudo dominado por hombres. Mujeres con visibilidad tanto en la esfera pública como privada, mujeres geniales que en un universo escrito por hombres dejaron patente una personalidad arrolladora e iluminaron  una realidad hasta entonces muy escondida.

 

 Obra de Élisabeth Louise Vigée Le Brun 5 

 

La Exposición de Vigée Lebrun es una buena ocasión para reflexionar sobre la mujer y el arte, y abordar la directísima relación que existe entre la realidad y la pintura como reflejo directo del mundo en que se desarrolla. Su figura representa los ideales que muchos años después Virginia Woolf recogió en Una habitación propia, libertad personal e intelectual unida a una independencia económica que rompía amarras con las convenciones establecidas.

 

 Obra de Élisabeth Louise Vigée Le Brun 6 

 

- Élisabeth Louise Vigée Le Brun -                         - Página principal: Alejandra de Argos -

 Autor: Elena Cué

 

 Jason deCaires Taylor portrait under water 

 

Jason deCaires Taylor, (Inglaterra,1974), lleva más de 18 años dedicados a la vida submarina y a su conservación en simbiosis con la faceta de escultor y fotógrafo. Conocido por ser el creador del museo acuático más grande del mundo, el MUSA (Museo Subacuático de Arte), cerca de Cancún, México, trabaja en estos momentos en la construcción del Museo Atlántico en Playa Blanca, Lanzarote. Sus esculturas hechas de un hormigón con ph neutro se transforman en arrecifes coralinos por la acción de los microorganismos acuáticos, incrementando así la biomasa marina y facilitando la reproducción de las especies.

Al igual que la naturaleza su arte es creación y destrucción, un arte en transformación, como la vida. Un arte que asume su temporalidad y que no pretende la inmortalidad. Acepta morir en el agua para fundirse otra vez en naturaleza, un arte como voluntad de eternidad.

 

Jason deCaires Taylor Lady and plants

 

E.C.: Ha abierto una nueva vía de expresión artística al sustituir nuestro medio convencional aéreo por el ambiente acuático que cambía nuestra pecepción habitual de observar el mundo. ¿En su arte busca o encuentra?

Jason deCaires Taylor: Mi objetivo ha sido crear una interfaz, un puente entre el desconocido mundo marino y nuestro familiar mundo terrestre. A través de este puente busco crear una forma de conservar los recursos marinos y proponer otra perspectiva más amplia desde la que percibir nuestras vidas en un contexto mayor. 

Creo que el arte implica siempre una búsqueda, casi siempre motivada por la curiosidad de descubrir algo, de ver más allá. Cuando buceo la naturaleza no deja de sorprenderme. Me adentro en el mar con la intención de crear preguntas a través del arte, pero es la naturaleza la que finalmente se revela y responde, muchas veces conduciéndome a formularme nuevas preguntas. Ahí yo no tengo ningún control. 

 

 Inertia 09. Jason deCaires Taylor 

 

E.C.: Sus esculturas ponen de manifiesto mensajes de denuncia sobre la agresión que sufren nuestros océanos y sobre los excesos de nuestra sociedad. ¿ Qué hay más allá de la función crítica de su arte? ¿Cuál es el misterio oculto de este arte que solo usted puede conocer?

Jason deCaires Taylor: Adoro la idea de que la evolución de la humanidad tuviera su origen en el mar. Es como si pareciera que pudiéramos retornar a ese mismo principio. Me inquieta ese intercambio misterioso entre vida y muerte. El arte puede generar ese tipo de contradicciones. Por ejemplo, sumergir bajo el mar una civilización de humanos de hormigón, con los ojos muertos, para ver después cómo la naturaleza marina los invade tejiendo una capa de vida, resucitándolos de su anterior condición inerte. Es una suerte de metamorfosis, como la de las mariposas: las esculturas parecen larvas quietas que florecen después por influjo de la biomasa submarina. Me resulta similar a la belleza de una ruina cuando es devorada por la vegetación. La alusión al pasado se revela misteriosamente como señal de muerte y a su vez como germen de nueva vida. Me gusta ese poder atractivo de la decadencia pero aún me fascina más ser testigo de la capacidad vivificadora de la naturaleza. Ante la inmensidad del océano la humanidad parece frágil. Sumergida en el agua, además, pierde toda sensación de temporalidad. Quizá el mayor misterio resida en ese quiebre espacial y temporal. El pasado, el presente y el futuro se mezclan y confunden con la vida y la muerte.

 

 Jason deCaires Taylor. Vicissitudes Grenada 008 

 

E.C.: Ha recibido el premio Pergamino de los Amigos de Anclas Phillipe Cousteau por su extraordinaria aportación en la preservación de la vida submarina. ¿Tuvo alguna influencia en usted el explorador marino francés?

Jason deCaires Taylor: Sí, la tuvo. Quizá, lo que más firmemente me ha influido de Jacques Cousteau es la siguiente cita que considero la base de su legado. Viene a decir que debemos proteger lo que amamos. Creo que es la idea germinal de mi carrera como artista, porque gran parte de mi trabajo consiste en tratar que la gente ame los océanos. Y, en ese sentido, creo que todos, o casi todos, compartimos cierto temor a no estar protegiendo suficientemente nuestros mares. No consideramos el océano un espacio sagrado y pienso, sin embargo, que deberíamos. Es curioso. No dudamos, por ejemplo, del valor del Himalaya, la Sagrada Familia o el Louvre. Los consideramos sagrados y hacemos lo posible por conservarlos. Los museos poseen también ese aura casi eclesiástica y los valoramos porque son espacios de preservación, conservación y educación. En ellos, guardamos y cuidamos los objetos que consideramos valiosos por la simple razón de ser lo que son. Por eso, cuando realicé el primer parque de esculturas en Cancún, quise que fuera un museo. Porque creo que le debemos al mar el respeto de ser un espacio sagrado. Creo que ambos exploradores Cousteau mostraron ese mismo respeto en todo su trabajo.  J. Jacques Cousteau decía "Estoy absolutamente cautivado por el ambiente de un naufragio. Un buque muerto es el hogar de una gran cantidad de vida: peces y plantas. La mezcla de la vida y la muerte es un misterio, incluso religioso. Existe la misma sensación de paz y el mismo estado de ánimo que el que sentimos al entrar en una catedral."

 

 

 Jason deCaires Taylor Lanzarote  

 

E.C.: Esta ahora mismo inmerso en la creación de un nuevo museo acuático, esta vez en territorio español, concretamente en Lanzarote. ¿Podría contarnos en que va a consistir?

Jason deCaires Taylor: El proyecto de Lanzarote va a ser el primer museo submarino del océano atlántico y de Europa, y de ahí recibe su nombre Museo Atlántico. Para mí es un reto importante. Lanzarote, siendo reserva de la biosfera y con el legado artístico de Cesar Manrique, es referente en la relación tripartita entre arte, naturaleza y sostenibilidad. La presencia del paisaje, con sus volcanes y superficies de lava oscura es imponente y (post)apocalíptica. De forma similar al fondo marino, parece ubicarse en un no-lugar o más bien un no-tiempo, porque las huellas de las erupciones que se produjeron hace siglos siguen invadiendo el paisaje con una fuerza estética desgarradora.  

El museo pretende, precisamente, hacer hincapié en la importancia y respeto que debemos a la naturaleza que nos rodea. La parte central del museo va a consistir en un jardín botánico, compuesto por una agrupación de esculturas que homenajean la flora de la isla, y varios centenares de esculturas humanas caminarán en una misma dirección, hasta el umbral de una puerta que separa dos hipotéticos mundos. 

 

 sculpture-modern-art. Jason deCaires Taylor 

 

E.C.: Utiliza la técnica de una manera positiva al ponerla al servicio de la naturaleza. ¿Podría hablarnos de ella y de los medios que utiliza?

Jason deCaires Taylor: Trabajar en el Océano Atlántico es un reto muy diferente porque el mar no posee las mismas características que el pacífico. El agua es fría y aquí no hay arrecifes de coral. Sin embargo, la biomasa marina es muy rica aquí. Los trabajos que estamos llevando a cabo en el Museo Atlántico van dirigidos a fomentar la proliferación de peces, crustáceos, esponjas, y atraer a vida microscópica.

 

 Jason deCaires Taylor. inmigration 

 

E.C.: Su escultura La patera reune significados opuestos del mar: unión y separación, destrucción y creación... Después de tantos años vinculado al mar ¿Qué significado tiene para usted?

Jason deCaires Taylor: En realidad, esta pieza lleva como nombre La Balsa de Lampedusa. Mi idea primera fue plantear la problemática de la inmigración a través de la interpretación de una obra de arte: La Balsa de Medusa, pintada por Theodore Gericáult sobre 1819. Este cuadro se convirtió en icono del romanticismo francés porque el pintor eligió retratar un acontecimiento polémico de la época: la tragedia sufrida por el buque de guerra francés Medusa, cuando navegaba rumbo al puerto de Senegal, en su misión de colonizar los territorios recién recuperados en África. La magnitud de las pérdidas humanas y la criminal negligencia de los responsables de la embarcación produjeron un escándalo en la opinión pública. Más de un centenar de personas se apiñaron en una balsa, la cual se sumergió parcialmente una vez que fue cargada, quedando a la deriva. Es la escena que retrata la famosa pintura.

La catástrofe del Medusa se produjo, por lo tanto, como consecuencia de un acto imperialista, basado en la recuperación de las colonias africanas. Entonces el Gobierno de Francia abandonó a sus marineros, al igual que nuestras comunidades están abandonando el sentimiento humanitario ante la llegada de inmigrantes, especialmente africanos, que se embarcan en las condiciones más difíciles con la esperanza de llegar a algunas de las costas Europeas más accesibles, entre las que se encuentra la isla italiana de Lampedusa o las islas Canarias. La situación es determinante aquí, porque es una de las puertas principales a Europa. Debido a la proximidad geográfica, a Lanzarote llegan multitud de pateras procedentes de Senegal. En la escultura La Balsa de Lampedusa, he recreado el mismo tipo de barco como el que ha llegado a las costas de Lanzarote y La Graciosa en los últimos diez años.

Pienso que, en realidad, todos somos inmigrantes. Forma parte de la condición humana buscar más allá, tratar de prosperar. Pero la sociedad moderna está constituida de modo que lo que incita a emigrar a unos, y las condiciones en las que lo hacen, en nada tienen que ver con las de otros países más desarrollados. Aquí, en Lanzarote, estos contrastes se ven muy claramente. Y al mismo tiempo se produce una mezcla cultural heterogénea, con fuerte influencia de la cultura española, inglesa, africana y sudamericana.

 

 silent evolution. Jason deCaires Taylor 

 

E.C.: ¿Cree que el mar se ha convertido en una suerte de cementerio marino?

Jason deCaires Taylor: No. En realidad creo lo contrario. Es cierto que la salud del océano está en riesgo, y con él la del planeta. Pero quiero pensar que estamos más bien ante el comienzo de la vida, no ante el final. Aunque también es cierto que si seguimos ignorando la demanda del mar, lo que acabará pasando será más bien un cementerio humano.  Me estoy acordando ahora de una frase de Cousteau que decía “El mar, el gran unificador, es la única esperanza del hombre. Ahora, como nunca antes, la vieja frase tiene un significado literal: estamos todos en el mismo barco”. Así que creo que es responsabilidad de todos cuidar de nuestro mar y nuestro medio ambiente. Y trato de proyectar este mensaje a través de mi trabajo.

 Jason deCaires Taylor.  Dinner under water 

 

E.C.: Engendra una nueva realidad de conocimiento creando nuevos mundos de experiencia que nos permiten conocer más sobre nosotros y la naturaleza. Gracias a la Arqueología submarina tenemos documentación de civilizaciones pasadas. ¿Pretende que sus esculturas sean una forma de conocimiento de nuestra cultura actual?

Jason deCaires Taylor: Sí, considero que a través de la creación escultórica se puede hacer algo así como arqueología contemporánea. Me gustaría que, en el futuro, quizá dentro de unos cientos de años, las  esculturas cuenten algo de este tiempo a través de datos como la indumentaria o los accesorios que he atribuido como, por ejemplo, las cámaras de fotos. Se trata de un dato al que he dado bastante importancia últimamente. A la vez que retratan a las figuras, estos objetos contextualizan también la sociedad en que vivimos, revelando algo de su conducta, de su comportamiento social. En las instalaciones que estamos llevando a cabo ahora salen a la luz conceptos como el automatismo y la individualización que, en mi opinión, caracterizan a la sociedad contemporánea. Estas connotaciones aparecen cuando decido, por ejemplo, que el grupo de humanos camine hacia el frente con los ojos cerrados, evitando que las figuras interactúen entre sí, o cuando decido que unos estén sumergidos en aparatos digitales y otros obcecados en capturar la realidad que los rodea mediante cámaras y “selfies”. 

De forma análoga a cómo los habitantes de Pompeya fueron congelados tras la erupción del volcán, trato de petrificar a gente corriente en su cotidianeidad. Esto me ayuda a percibir desde una perspectiva más alejada la sociedad en que vivimos y el tipo de vida que llevamos, como si observara nuestra civilización humana desde unos prismáticos extraterrestres. 

 

 Jason deCaires Taylor. Sculpture           Jason deCaires Taylor. walk on water 

 

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- Entrevista a Jason deCaires Taylor -                    - Página principal: Alejandra de Argos - 

 

 Altair Copyright Jean Jarreau - Jan Roosens   

Los recuerdos no son neutros, ni es lo mismo el momento de lo vivido que va quedándose atrás, y el de la mirada retrospectiva cuando el tiempo lo ha convertido ya en lejano. La nostalgia no es un sentimiento positivo cuando se alía con la memoria, ese enemigo poderoso al que nunca se derrota. Por eso me gustan sólo los recuerdos sin memoria, imágenes detenidas en el tiempo como si quince años no hubiesen sido más que un instante, el de esta fotografía. Es la de la despedida en la cubierta del barco antes de bajar al bote que esperaba para devolverme a mi vida cotidiana. En ella están todos y, mirándola ahora, después de tantos años, trato de visualizar dentro de mí las expresiones de sus rostros, el tono de sus voces, el calor de sus abrazos... Figuras y fondos que se desvanecen si cierro los ojos, pero que tampoco están si los abro. Sólo manchas dibujadas y coloreadas sobre un papel envejecido.

Cuando Jennifer, Andrew su marido y yo salimos al área de Llegadas del aeropuerto, allí estaba Thomas esperándonos en un rincón apartado del gentío, alto, sonriente y sobresaliendo en la distancia. En su rostro había una expresión relajada y cariñosa. Nos recibió con exquisita cordialidad y nos condujo hasta el muelle donde esperaba la lancha para llevarnos a su barco, en el que pasaríamos unos días entre amigos. Pronto divisamos a lo lejos la esbelta figura del Isis, el dibujo estilizado de su casco blanco y alargado, y el de su espectacular arboladura con el trinquete, la mayor, la mesana, el espolón y su trazado desnudo de jarcias y obenques. 

Ya en cubierta, Mónica, Allison y Charles nos dieron la bienvenida y nos sentamos unos momentos a charlar con ellos. Luego, tras dejar el equipaje en el camarote y cambiarme de ropa, subí a pasear por la cubierta deseoso de volver a recorrer cada rincón de aquella preciosidad flotante. Iba de proa a popa, deteniéndome de vez en cuándo para mirar cómo el sol salpicaba de rojo y oro la inquietud del agua, cuando Thomas me hizo señas desde estribor en el momento en el que la campana daba el aviso para levar el ancla, soltar las amarras, desplegar las velas y realizar la faena con las drizas y los rollos de cuerda para iniciar la navegación. Thomas miraba a barlovento y a sotavento con la atención puesta en la dirección del viento, y empezó a explicarme despacio lo que la tripulación estaba haciendo hasta que la nave alcanzó una velocidad uniforme. La fuerza total producida por la acción del viento sobre las velas es oblicua respecto de la dirección de la embarcación, y la descomposición de esa fuerza hace que tenga que ser compensada por la acción de la quilla, la orza, y el timón: 

- "El arte de navegar -añadía- requiere una disciplina taoísta, la difícil capacidad de armonizar la fuerza del viento, la resistencia del agua, el peso del barco y la voluntad del navegante para conjugar esas fuerzas de modo que todas ellas le conduzcan a donde él quiere y del modo como él quiere ir, tanto si tiene el viento a favor como si no".

La travesía tenía lugar, en efecto, a partir de ese momento, sin que el Isis hiciese el menor movimiento brusco, y hasta que, acercándose finalmente al punto de llegada, bajaba poco a poco la velocidad y las olas iban perdiendo su espuma disminuyendo paulatinamente de tamaño. El viento amainaba y la nave giraba bamboleándose muy suavemente hasta que quedaba de nuevo inmovilizada en el remanso de la bahía. Entonces el capitán daba la orden de volver a echar el ancla y plegar las velas.

Al mirarlo en estas fotografías, todavía puedo percibir y sentir la materia de la que estaba hecho aquel barco, pero no su forma, su orden inteligible que deconstruía la pura apariencia de mi prosaica seguridad. Hecho para albergar retazos de vidas animadas por una voluntad de grandeza, ofrecía un perfecto equilibrio de luces y sombras, de espacios abiertos e intimidad, un envoltorio suave y perfecto que se daba para que bebiésemos de él como una copa cegadora. En su decoración interior, un aire de leyenda y de ficción doraba el ambiente de manera casi imperceptible, y acababa de completar la imagen de un modo de vivir que formaba parte de un mundo en extinción, noble y natural. ¡Era eso lo que finalmente representaba!, una idea, un proyecto, una manera noble de entender la vida todavía en pie, y que se derramaba sobre mí como la lluvia sobre un campo calcinado.

Me había propuesto dejarme sorprender por todas y cada una de las impresiones y matices que aquellos días me depararan, y en esos momentos me venían a la mente las palabras del poeta: "Necesitamos la poesía si queremos vivir por encima, en el aire puro en el que respiran las ideas y los sueños". Aquél barco era para quien lo habitaba como un manto encantado que te envolvía poniéndote a cubierto de las agresiones del mundo exterior. Hoy pienso que ese es, en general, el espacio de la belleza, al que pueden acceder sólo quienes, como los dioses griegos, vencen el tiempo y saben gozar de una juventud inmutable.

Una belleza que puede cambiar con el paisaje o las estaciones, pero que permanece siempre igual y la misma "como una idea platónica". Esta vez revestida de la dulzura mediterránea, pero belleza también cuando, el año anterior, navegamos por el mar del norte. No fue menos brillante entonces el aura que le confería la soledad de aquellas costas pedregosas y atormentadas, en las que el fragor de las tempestades lo llenaba todo con su ruido de agua y viento, y el de los cantos que se arrastraban en la orilla. Era aquél un entorno sobrecogido, entregado al silencio. Las islas grises, el cielo encapotado, los árboles que habían perdido sus hojas... le hacían a uno cambiar el gusto de los paisajes inmediatos del sur, con sus colores violentos y sus ambientes intensamente luminosos, por el aprecio de los tonos intermedios, del silencio y de una cierta distancia respecto a la gente y las cosas. Se comprende que también hay otro lado de la belleza de cuya seducción es conveniente tener experiencia. Tardes de lluvia vista desde el interior, esa lluvia que repica con un punto de cólera en los cristales de las escotillas, y que invita al recogimiento, a la lectura o a la conversación en voz baja. El aire desapacible que trae la humedad del mar, y la bruma que apenas deja ver las sombras de los arrecifes entre los rasguños de la niebla.

El Isis tenía en cubierta un pabellón cuadrangular con tres de sus fachadas abiertas que dejaban correr la brisa mientras navegábamos, y que estaba protegido del sol por un amplio toldo de lona. Era nuestra sala de estar predilecta. Después del primer baño matutino y del desayuno, allí pasábamos las horas juntos. Y mientras leíamos, de vez en cuando alguien levantaba la mirada para destacar el interés de una noticia del periódico, decir una frase interesante o, en el caso de Charles, recitarnos un terceto de Dante o hacernos reír con alguna de sus ocurrencias geniales. Fuera, sólo el sol ardiente pugnando por entrar por las aberturas del toldo, y la silueta de los otros barcos a lo lejos en la línea del horizonte. 

Era habitual que el rumor de las confidencias y de la apacible conversación acabara por producir debates y discusiones en las que cada uno ensayaba el alcance y el dominio de sus propias armas persuasivas y dialécticas. Unos tenían la habilidad para recordar historias y anécdotas y las adornaban con datos, citas y toda clase de sabidurías divertidas y sorprendentes. Otros hablaban con la seguridad, la profundidad y la resolución que reflejan aquello de lo que está hecha la vida misma. De ahí que tendiesen a cargar el acento en el sentido práctico y en ese modo de elaborar la experiencia que la convierte en punto de referencia para no acabar perdiéndose en la nada. Las chicas atacaban, unas veces con valentía e inteligencia altiva, otras con la originalidad y la espontaneidad, y siempre con su intuición y la sensibilidad para encontrar la justa medida entre las palabras y los silencios.

Uno de los días la discusión empezó porque yo había dicho, esta vez en voz alta, que el barco me parecía tan bello "como una idea platónica". Y para explicar lo que quería decir con eso, añadí simplemente que si Platón hubiese tenido que elegir un velero modélico por la perfección de su diseño y la armonía de su belleza para situar su esencia en el mundo de las Ideas, pues podría haber elegido muy bien el Isis, incluyendo a su tripulación y el orden con el que todo sucedía en él a diario. De este modo algo sensible como era este barco prefiguraría una esencia metafísica, símbolo cifrado de una determinada enseñanza filosófica.

Thomas levantó la cabeza y me miró como si fuese a decir algo, pero volvió a bajarla enseguida sin pronunciar palabra. Entre tanto, del otro lado de la sala empezaron las miradas de soslayo de Charles y sus gestos burlones, que provocaron en los demás las risas y las bromas. Allison, su esposa, le lanzó enseguida su consabida mirada de eterna reprimenda, y todo volvió al modo en el que la discusión podía empezar a producirse en los debidos términos.

- "¿El barco una idea platónica?", -dijo por fin Thomas. -"¿Es eso lo que has dicho? Incluso admitiendo que este barco pudiera considerarse eso, una obra de arte -cosa que habría que aclarar-, que yo sepa Platón no conecta la belleza con las obras de arte, sino que para él la belleza es un carácter del ser, o sea, de las Ideas, que sólo son participadas eventualmente en las cosas sensibles". 

- "Exacto -dije yo-, pero cuando habla de la belleza sensible de los cuerpos o de los objetos que se acercan a la perfección de las Ideas alude al amor que despiertan y al comienzo, en ese sentimiento, del proceso que conduce a "recordar" la esencia o verdad de las Ideas. De ahí que el arte pueda tener un valor "educativo", "ennoblecedor" o, si se quiere, incluso "moral", porque conecta la belleza con la verdad y con el bien, o sea, con los otros trascendentales del ser".

- "En conclusión, -dijo Thomas-, que según tú estaríamos navegando en estos momentos sobre una prefiguración de la síntesis metafísica de los trascendentales del ser... ¡Creo que no te voy a tomar en serio!"

- "A veces, lo más serio es lo que se dice en clave de humor, -dijo Andrew-. ¿O es que no estamos en un jardín de Epicuro sobre el mar, en el que el placer más exquisito son estas charlas tan estimulantes entre los amigos?".

Charles frunció en ese momento las cejas, se enderezó sobre su tumbona y sin cambiar su lenta sonrisa somnolienta añadió: "Desde mucho antes de Platón se conecta la belleza con la simetría y la proporción en los objetos. Esto viene ya de los pitagóricos, que defendían que el ser verdadero de las cosas está en las relaciones numéricas que rigen su estructura y el equilibrio de sus componentes. De ahí extrajeron Praxíteles y Vitrubio el canon de la obra de arte perfecta, el primero para la escultura y el segundo para la arquitectura. No veo por qué un objeto tan proporcionado y armónico como el Isis no pueda ser considerado la imagen o la idea de su ejemplar canónico y platónico".

Tras decir aquello, su rostro resplandeció como si acabase de haber tenido una revelación bíblica. Una bandada de gaviotas pasaba en ese momento por encima del toldo y un joven de hombros anchos y pelo moreno paseaba con lentitud por la cubierta de babor. Era uno de los marineros que pareciera no perder esa solemnidad en el andar ni aunque el navío estuviese a punto de irse a pique.

"Muchas gracias, Charles, -dije yo-. En efecto, lo mismo que los cuerpos y los objetos, también las almas tenían, para los pitagóricos, su ser en una relación numérica. De modo que contemplar la simetría y la proporción en las cosas y disfrutar de ella podía favorecer el mantenimiento o el restablecimiento del justo equilibrio en el ánimo, mientras que la percepción de las relaciones disarmónicas produciría el efecto contrario. ¿No se desprende de ello un posible uso "moral", "ennobleedor" y "educativo" del arte? ¿Tan descaminado está lo que he dicho de que el Isis es bello como una idea platónica?"

Allison tomó enseguida la palabra para recordar que Platón había renegado del arte y expulsado a los artistas de su ciudad ideal. Mónica observó que es relativo eso de que la belleza dependa de la simetría y la proporción en los objetos, pues, en su opinión, la belleza era más bien cosa del sentimiento. Es decir, existe en el espíritu que la contempla, y cada espíritu percibe una belleza diferente. Y Jennifer le daba la razón a Mónica añadiendo que, en realidad, la belleza sólo la perciben y la disfrutan los que han ejercitado la delicadeza de su imaginación y se han despojado de buena parte de sus prejuicios.

El calor empezaba a aumentar y nos sentíamos aprisionados por el bochorno del mediodía. Finalmente Mónica miró el reloj y dijo:

- "¡Chicos!, pues en este jardín de Epicuro sobre el mar se va acercando la hora de comer. Así que los que quieran darse un baño antes, ahora es el momento. At 2'15 lunch wil be ready". 

Mónica era la perfecta anfitriona. Cuidaba cada detalle al milímetro, todo debía ser exquisito, medido. Sobre la mesa, el mantel se desplegaba impoluto y sin la menor arruga. Las servilletas, cuidadosamente planchadas y artísticamente dobladas, mostraban sus bordados de frente. Platos y cubiertos siempre como los que se ponen para las ocasiones solemnes, y las fuentes con los deliciosos manjares presentadas perfectamente compuestas y preparadas. Un ritual de orden que interpreté como una permanente demostración de fidelidad a sí misma, el punto de referencia que permite a cualquiera no perderse nunca en la vida.

Tras la comida, cuando todos se retiraban a descansar, yo me quedaba todavía arriba y miraba el mar, el agua metiéndose entre las rocas con un ruido ronco, como de asfixia. También por las noches, después de la cena, miraba el espectáculo increíble del cielo estrellado y la vía láctea; suspendidas en el cielo, cómicas y trágicas, las constelaciones y los planetas, y sentía un antiguo placer de oboe y arpa que serenaba el apremiante reloj de mi vida. Eran momentos que me dejaban su silencio lleno de melancolía, instantes que desde entonces quedaron para siempre dentro de mi espejo, un refugio que me salvaba de un viejo dolor indefinido. Tenía la impresión de que la vida y la felicidad estaban allí y que bastaba un gesto para capturarlas, pero yo no sabía cómo hacerlo. Era la desazón de alguien perdido de sí mismo y que se buscaba inútilmente en la oscura hendidura de una caverna sin salida.

Al caer la tarde, dos marineros nos trasladaban en la lancha a la costa para dar un paseo y tomar un baño. La brisa vespertina se alzaba sobre la maleza, y el olor de las hojas secas y de la arena mojada se mezclaba con el aroma penetrante y vivo del mar. Un día encontramos en la playa a un grupo de chicos y chicas haciendo windsurf. Los miré con envidia dentro de aquellos trajes ceñidos y de colores vivos, luchando con el mar agitado, sanos y alegres, deslizándose con suavidad sobre la cresta de las olas. Acostumbrábamos a subir a alguna colina cercana por senderos estrechos y resbaladizos, y en lo alto nos deteníamos para decidir a dónde iríamos a continuación y para divisar si había alguien más alrededor. Cuando regresábamos a la playa, algunos de los amigos volvían nadando hasta el Isis, deslizándose a través del agua casi sin una ondulación, acompasando el rítmico balanceo de sus brazos y de sus cuerpos con el movimiento del mar.

La cena era el momento culminante del día. A las ocho, vestidos y arreglados, tomábamos el aperitivo y una copa en la popa, tranquilamente sentados, viendo ponerse el sol. Era una hora de serenidad frente a aquel mar dulce, sobre el que el viento dormía amansado. Y se creaba un clima mágico que diluía la desolación de todos esos territorios que nos alejan, y que siempre siguen ahí aunque nos esforcemos en llenarlos con expresiones y gestos de afecto y simpatía. Charles pedía siempre un dry martini que le servían en una copa triangular helada, y al beberlo hacía el gesto de brindar mientras nos miraba por encima de las gafas con ojos de benevolente inquisidor. Andrew sostenía entre sus dedos un vaso largo con whisky y hielo, y yo permanecía sentado en el borde de un sillón de mimbre con la expectación de quien presencia un número de magia. Un cuadro cuyo pintor hubiera preferido la incertidumbre de la aventura a la seguridad de lo conocido, una nueva figuración fenomenológica, la ironía de una nueva mitología neopop, la serenidad minimalista de un paisaje de silencio con hambre de misterio.

Thomas, incorporándose y apoyando su cuerpo sobre sus enormes pies desnudos, empezó diciendo: "Me ha parecido muy interesante la conversación de esta mañana sobre si la belleza es un sentimiento o responde a ciertas condiciones objetivas como la proporción o la simetría, como decía Charles. Lo que me pregunto es si se puede conciliar nuestra concepción moderna del arte con lo que pensaba Platón. ¿Se puede hacer eso?".

- "Yo lo veo difícil -le respondió Allison-. Kant, con quien se inaugura la comprensión moderna del arte, habla del gusto como juicio estético subjetivo cuyo único fin es el placer de lo bello. Pero este placer, ¡atención!, no es otra cosa, para Kant, que el efecto de la conformidad entre el modo de ser objetivo de la vida y las necesidades subjetivas de libertad y felicidad que tenemos los humanos. Es decir, sentimos el placer que producen el arte y la belleza porque con sus ilusiones, sus idealizaciones, con ese encanto mágico que pueden crear nos indican todo lo que está siempre más allá de lo que podemos conseguir en la realidad para que nuestros deseos y aspiraciones de perfección y de satisfacción puedan realizarse. Por eso, el gusto estético no produce nada más que un placer puramente subjetivo y, como si dijéramos, mudo. No depende realmente de los objetos o de las imágenes que lo provocan, sino de ese irrebasable desajuste interior nuestro entre lo que somos y lo que nos gustaría ser".

- "¡Claro! -dijo Thomas-. Pero ahí está el problema. ¿Intervienen o no intervienen aspectos objetivos en la experiencia de la belleza? A mí me parece, como tú has recordado esta mañana, que los griegos quisieron reconducir también la experiencia de lo bello al ámbito de la inteligencia y lo racional. Eran un pueblo muy sensible, y por eso debieron tener una experiencia muy viva del poder que las formas artísticas son capaces de ejercer sobre el alma humana. A ellos les pareció que la vida ordenada del Estado requería ciudadanos que se comportaran racionalmente y se acomodaran cada uno a su papel social. La emotividad que despierta y suscita el arte es no sólo algo inútil sino también peligroso para el buen orden ciudadano. De ahí que Platón expulsara de su ciudad ideal a todos los artistas".

Al terminar Thomas de hablar Andrew dió un respingo haciéndose hacia atrás en su asiento, como apartándose de esas palabras para volver enseguida a ellas olfateándolas prudentemente:

"¿Pero por qué tendríamos que oponer razón y sentimiento? -dijo- ¿Es preciso hacerlo? Una descripción hecha en términos puramente racionales nunca tendrá el colorido y la vivacidad de detalles que tiene esa descripción cuando interviene la imaginación y el sentimiento poético. Luego el sentimiento no es algo de lo que haya que huir para relegarlo al ámbito de lo no serio".

Allison miró a Andrew con irónico arrobo y las sonrisas quedaron petrificadas en la sombra temiendo abatirse la tormenta: "Pues mira tú por dónde, estoy completamente de acuerdo con lo que has dicho, Andrew -dijo para alivio de todos- ¿Es que no es justo el sentimiento?, quiero decir, ¿no es real? ¿Incluso no se podría decir en cierto modo que lo real y lo justo son justamente los sentimientos -dejando atrás lo que pensaron los griegos-, puesto que no sabemos lo que son los objetos o la realidad más allá de nuestro modo de percibirla?".

En este momento habló Mónica: "Yo pienso que la naturaleza sólo es bella cuando tiene la apariencia del arte, por decirlo así; y, a su vez, el arte no puede ser llamado bello sino cuando nosotros, aun teniendo conciencia de que es arte, lo consideramos como naturaleza. Y así es como se conciliarían, según me parece a mí, lo objetivo y lo subjetivo".

"Pues qué bien que me estéis dando la razón todos, aunque no lo hagáis a propósito -dije yo-. Platón se enrocaba en sus posiciones objetivistas respecto al arte porque estaba haciéndoles la guerra a los poetas y los rapsodas que eran los que tenían entonces el monopolio de la educación del pueblo, y él quería que esa función de educar la ejerciesen los filósofos. Pero al final él no es sino otro poeta más que habla continuamente de la belleza sensible de cuerpos y cosas que se acercan a la perfección, para subrayar el amor que despiertan y el inicio, en ese sentimiento -digo sentimiento-, del proceso que conduce a recordar la esencia o verdad de las Ideas. De ahí que pueda poner a la belleza en conexión con el bien y con la verdad, y afirmar que la belleza es manifestación de lo bueno y lo verdadero". 

El sol se había puesto ya. En la orilla, a lo lejos, las palmeras movían sus palmas contra el cielo todavía azul, y algunos obreros trabajaban limpiando la playa cubierta de algas. Cuando nos trasladamos al comedor y empezó la cena, me miré allí y los miré a todos: éramos la única verdad de nosotros mismos, y todo lo demás la máscara que los otros nos imponen.

Recuerdo que el placer de aquella última velada y de la espléndida cena con la que Mónica nos obsequió se prolongó luego, cuando me fui a dormir, en un dulce sueño que tuve en el que me veía bailando con Violeta, mi primer amor de niño, que, de improviso, se había hecho mujer y había aparecido en la penumbra de la popa mientras yo escuchaba un vago eco de música. La brisa era apenas un suave suspiro. Me convencí de que era ella por su modo inconfundible de cruzar las piernas y por su forma exquisita de tocarme con las puntas más delicadas de sus dedos. Llevaba el pelo suelto cayéndole sobre un vestido de noche color perla, y me hablaba con una elegancia que le hacía brillar, a pesar de la oscuridad, como una diosa. 

Empezó a sonar Everything I do, en la voz de Bryan Adams, y yo la tomaba de la mano y la rodeaba luego por la cintura. Su cuello largo emergiendo del escote, el cuidado dibujo de su peinado, el irresistible brillo de sus hombros, y mi cabeza que se hundía allí, en el ángulo del cuello con el hombro, desordenando su armonía. Mientras la canción sonaba:

Look into my eyes, you will see

What you mean to me. 

Search your heart, search your soul

And when you find me there you'll search no more.

Y estaban sus cabellos, que olían a rosanova y azalea, rozándome la cara, y sus brazos flotando por encima de mis hombros mientras bailabamos. Violeta dejaba caer su cabeza sobre mi hombro, pero yo no notaba su peso. Sólo estaba junto a mí como un bienestar.

Cuando al día siguiente todo estaba preparado para marcharme me daba por pensar que el barco, las costas y paisajes que habíamos recorrido, las charlas que habíamos disfrutado, todo eso estaba allí esperando a que cesara mi presencia y mi movimiento para quedarse inmóvil como única verdad. Era el espejismo de lo esencial como un cristal exento de la densidad envolvente de lo cotidiano, de lo común. Y me sentía como si siempre hubiera vivido allí, o como si hubiera sido un error no haber vivido allí desde siempre. Era mi tiempo sin memoria, tiempo sin tiempo, porque la felicidad no se recuerda. Es un estado cuyo tiempo es el del instante, no el de la sucesión. Luego regresa el tiempo de verdad, y lo hace despacio, avasalladora e inexorablemente.

De estas experiencias hoy ya sólo quedan los jirones de aquellas impresiones, simples imágenes felices detenidas en estas fotografías. Y esos afectos y desafectos que todavía contienen y que desprenden el aroma de lo que siempre me ha importado de verdad. El traslado de la lancha al aeropuerto, los trámites del embarque y el viaje de vuelta fueron convirtiendo aquellos días alegres en una meditación sobre el verdadero sentido de la filosofía platónica, la que comprende al ser humano prisionero en una caverna desde la que sólo puede ver los destellos de una belleza recordada, rememorada pero existente en otro nivel de realidad, cuyo fulgor deslumbra y ciega sin que sea posible su visión, ni su alcance, ni su posesión en esta vida. Lo pensaba asomado a la ventanilla del avión, mientras miraba los colores ocres de un paisaje desolado de tierras quemadas y barbechos, bordeado por las heridas azules del mar.

 

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