Alejandra de Argos por Elena Cue

Marlene Dumas en la Fundación Beyeler

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Este pequeño viaje empieza en una pared. Es un diálogo al atardecer entre una ventana y un muro, entre un cuadro transparente y vertical que refleja el exterior, el prado suizo que rodea la Fundación Beyeler, fresco y tranquilo, y su luz rosa; frente a la electricidad de un lienzo horizontal convertido en un grito sordo y que representa el Muro de las Lamentaciones. Son Ernst Beyeler y Renzo Piano acompañando a Marlene Dumas. Uno de esos momentos de meditación: la arquitectura apoyando su mano en la cintura de la pintura para guiarla en un baile de sincronización perfecta.

Ernst Beyeler fue un grandísimo marchante de arte. En 1970 junto con Trudl Bruckner y Balz Hilt creó la feria Art Basel. Con Hildy, su mujer, hicieron una colección de arte de máxima categoría, para ella encargaron al arquitecto Renzo Piano uno de los museos más bellos. Se inauguró en 1997, no solo para albergar su colección, sino además, las más importantes exposiciones de arte contemporáneo del mundo.

Hasta el próximo 6 de septiembre en este museo puede verse la retrospectiva Marlene Dumas: The Image as Burden, la mayor de la artista en sus 40 años de trabajo, con más de un centenar de obras.

 

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Broken White, 2006.

 

El peso del Apartheid

Marlene Dumas (Ciudad del Cabo, 1953) es una artista con mucho mar de fondo, fondo espeso y ecléctico, que navega profundo y que contrasta con su apariencia física, menuda, chispeante, de ojos pequeños y claros, especialmente expresivos, de risa sonora, y de una, creemos que solo aparente, frescura y estimulante alegría de vivir.

Detrás de todo esto, Dumas es una trabajadora incansable que lleva desde los ocho años coleccionando postales y que aun hoy, en su desordenadamente ordenado estudio de Amsterdam, clasifica en carpetas. Porque Dumas, cuyo estilo figurativo se centra en la cara, en el cuerpo humano, nunca trabaja ante el modelo real; lo hace siempre desde una imagen plana. Sus fuentes son las cientos de miles de fotografías que recorta de periódicos, revistas -pornográficas a veces-, libros con fotografías de enfermos mentales, de lunáticos: dice que le gusta esa palabra y todo lo que representa la influencia de la luna en el estado mental, modelos de pasarela, "no concibo un viaje sin el Time Magazine", panfletos, postales de pintura clásica y sobre todo sus polaroids. "Podría decir que Sudáfrica es mi contenido y Holanda, mi forma. Luego pienso que las imágenes que utilizo son universales, son conocidas por todo el mundo. Yo comercio con imágenes de segunda mano y con experiencias de primera mano. Mis modelos ya han estado modelados antes por otra persona. Aquí no existen las vírgenes", insiste la pintora.

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Mamá Roma, 2012.

Dumas pinta desde una zona donde hay una densa realidad: la pintura como pregunta. O como dardo. La expresión y el misterio, la conexión entre lo íntimo y lo público, el sueño y la realidad. Ese retrato de Amy Winehouse en azul... Figuras aisladas, generalmente sin fondo. Abandonadas en la soledad del lienzo. A su tristeza.

Esta pintora es consciente del poder de la fotografía y del cine del que es adicta desde pequeña. Del cine aprendió las reglas de la imaginación. La mirada de los actores. Sabe que debe superar la magia de la fotografía, redoblar el poder de la imagen fílmica para reivindicar la pintura, ese es el motivo de sus característicos enfoques; se sirve del zoom, de los planos cortos, recorta en extrañas dimensiones las cosas: sus cuadros de bebés gigantes. "Nunca he tenido noción del tamaño real de una cabeza. Nunca me interesó la anatomía", dice la artista.

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Amy-Blue, 2011.

Los temas que utiliza son extremos y recurrentes: la muerte en distintos aspectos; cuadros como The kiss (2003), Lucy, Stern y Alfa (2004) son grandes lienzos de perfiles de mujeres muertas, aparentemente serenas. Están pintadas al óleo sobre lienzo pero de una extraña materia acuosa, velada, como si la definición y los colores de estas cabezas fueran vistas a través del tamiz del recuerdo, del sueño o de una pesadilla. Muertes violentas: Dead Marilyn (2008) o Dead Girl (2002), cabeza de una niña palestina que cae al suelo asesinada. La muerte del director de cine holandés Theo van Gogh, o un cisne muerto con su cuello sinuoso y sus alas desplegadas sobre un fondo negro.

 

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The Swan, 2005.

 

También está, sobre todo la raza, la raza y su mensaje, la utilización del color negro y su significado. El racismo desde el Apartheid al Muro de las Lamentaciones en Jerusalén. The Wall (2009), The Widow (2013). Dumas hereda de Richter el interés por las series y también, y en el mismo sentido, un interés por colgar sus cuadros de manera que queden agrupados en las salas por sus temas. Es capaz de rellenar cuartos enteros con cientos de dibujos de pequeñas cabezas en blanco y negro concentradas en el gesto y las miradas. Son sus series desde Models (1994), hasta la última e inacabada Great Men (2014).

 

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Models, 1994.

 

En unos días en los que en Madrid tenemos aún vivo el recuerdo del Cristo de Zurbarán y del recientemente despedido Van der Weyden, las series de las Crucifixiones y los retratos de Cristo en The Perfect Lover de Dumas, son como interrogantes. Era brutal el San Juan de casi tres metros afligido a los pies de la cruz en el Calvario de Van der Weyden pero, ¿existen unos Cristos más abandonados a su soledad que los de Dumas, Gravitá (2012), o Solo, de un año antes?

 

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Gravitá (detalle) 2012.

 

Y en el contrapunto de todo esto, sus series pornográficas: las strippers, la noche, la luz de neón, chicos jóvenes en posturas explícitas, niñas entre la inocencia y el abuso, las botas de cuero, las medias negras...

"Pinto porque soy mujer, dice. Siempre me he preguntado por qué debería ceder los grandes temas de la vida, como las historias de amor, a los directores de cine, a los escritores o a los cantantes de pop. Yo también quiero abordar eso". Y sus cuadros se vuelven aun más intensos. Peter Schjeldahl, en el New Yorker dijo que los cuadros de Dumas tienen tanta carga que se diría que van a caer de las paredes y a romper el suelo.

 

 

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Leather Boots, 2000.

 

También una granja en África

Como Karen Blixen, Marlene Dumas también tenía una granja en África. Descendiente de bóers, sus raíces se hunden en la esencia rural de los Afrikáners: un entorno conservador, sólido, con fuertes principios religiosos pero también abierto y tolerante. Su infancia en Kuilsrivier (aldea a las afueras de Ciudad del Cabo) transcurrió feliz y tranquila rodeada de sus tres abuelos, su madre, una holandesa dedicada a las flores, a sus tres hijos y a su viñedo. Marlene dibujaba en la arena y aprendía de las ilustraciones de los cuentos y de la Biblia. Disfrutaba del cine al aire libre los sábados por la tarde. Tenía dos hermanos, uno dedicado al viñedo y el otro, Pieter, a la teología. De él aprendió lo que era tener cierta madurez moral y sobre todo, lo que significaba tener una vocación. Eran una familia unida, que parecía no necesitar nada del exterior: un mundo insular. En 1976 ganó una beca que le permitió ir a estudiar a Amsterdam, donde sigue viviendo hoy: "Mi tierra es Sudáfrica, mi lengua materna el Africáans, mi apellido es francés... A veces creo que no soy una artista de verdad porque tengo el corazón demasiado dividido. Mi estudio es mi casa. Pienso que soy como un caracol que siempre lleva su vida y su país a cuestas".

 

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The Blindfolded Man, 2007.

 

El estudio de Marlene Dumas no tiene luz natural. Es pequeño, de paredes blancas, el suelo es de cemento y está manchado por años de trabajo y motas de pintura. Casi todo está en el suelo, las fotografías, los pinceles sobre tapas de cubos de pintura y un pequeño ladrillo de madera en el que la artista, muy de vez en cuando, se incorpora para observar el resultado de su obra. A sus 62 años, Dumas pinta a menudo en el suelo, a cuatro patas, sobre un papel demasiado grande para ella. Pinta muy rápido, con gestos casi espasmódicos, todo lo rápido que exige la imagen de la fotografía retenida en sus ojos y el agua cuando entra en contacto con una mancha de tinta negra. De ahí salen los trazos negros de un pincel fino que marcan los ojos de un joven desnudo. El agua y la tinta se mueven por el papel y dejan un rastro abstracto que recuerda a Bacon, también al movimiento del agua en los ríos y al reflejo de una cara en el fondo del agua de un pozo.

"Me gustaría que mis cuadros fueran como poemas. Los versos son como frases que se han quitado la ropa" dice la artista. Todo adquiere una densidad literaria en Marlene Dumas. Escribe con la pintura, y escribe sin cesar libros, ensayos y poemas. También escribe frases cortas en algunos de sus dibujos. Le gusta escribir a ella sus propios textos, sus dosieres de prensa, no ve por qué otros deberían expresar lo que su pintura quiere decir. Ella siempre se creyó descendiente de Alexandre Dumas y por eso es una mosquetera de la literatura. También de la pintura.

 

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The Widow, 2013.

 

Ella es también la artífice de los sugerentes títulos de sus series y exposiciones: The Eyes of The Night Creatures, Measuring Your Own Grave o el de esta última exposición The Image as Burden, algo así como la imagen como carga, como peso. Un ejemplo más de la cantidad de capas, significados y matices que tiene todo cuanto hace Dumas. Este título surge de uno de sus pequeños óleos, de mismo título. En él un hombre, a modo de Pietá, lleva a una mujer -la imagen- sin vida, en sus brazos. Él la mira con ternura y soporta con esfuerzo el peso de su cuerpo. Dumas explica que el origen de esta postura está en la escena de la película de George Cukor, Camille, en la que Robert Taylor lleva el cuerpo de Greta Garbo con un traje blanco en sus brazos. La escena de Dumas sale de un fondo negro, las dos figuras esquemáticas, casi como máscaras africanas, están dibujadas en los tonos desteñidos de Dumas, esos en los que parece que usa pinceles sucios: del negro y del azul-oscuro hasta el blanco. El color negro en una lata vieja de cocina tirada en el suelo de su estudio; es quizás, el significado del Apartheid.

 

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The Image as Burden, 1993.