Alejandra de Argos por Elena Cue

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Las fronteras entre disciplinas literarias se diluyen en el nuevo libro recopilatorio del filósofo y pensador. Una obra para reflexionar y para disfrutar.

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Cubierta del libro Filosofía y Ficción. Ignacio Gómez de Liaño. Ediciones de Aquí, 2020

 

“Los límites de lo narrativo y lo filosófico son borrosos, y sus fronteras permeables”, dice Ignacio Gómez de Liaño en el prólogo de su libro Filosofía y Ficción (Ediciones de Aquí, 2020). En las páginas de este libro, el filósofo, escritor y artista no se limita a constatar esa opinión sino que la demuestra palabra por palabra. Porque el volumen está formado por una recopilación de escritos pertenecientes a ambas disciplinas: filosofía y narrativa, que se dialogan en sus páginas para enriquecerse y cuestionarse de manera constante. Los textos fueron redactados de forma simultánea y solo ahora aparecen recogidos en forma de libro, aunque en su momento los relatos se publicaron en distintas revistas literarias (Inventario, Revista de Occidente y Archipiélago). Por eso, nos encontramos ante un ejercicio complejo y fascinante que nos permite disfrutar al cien por cien de su cualidad de atracción. Un libro esencial dentro de la obra de uno de los escritores más interesantes, provocadores e inquietos del panorama del pensamiento actual.

 

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Ignacio Gómez de Liaño. En La Mirada Actual

 

La parte dedicada a la ficción consta de varios relatos: Villa Carelia (en sus tres partes: El viaje, El Museo de Historia Invisible y El regreso y el nombre), El dedo gordo de Alma-Tadema, El Retiro, El profesor de Geografía, Paradoxa, Los detalles y la fatalidad y El último minuto. En palabras de su autor, son “relatos que están hechos con la materia de la filosofía y de la poesía. O sea, con la materia con la que también están labrados los propios pensamientos que ahora inician su salida”. En cuanto a los escritos filosóficos, están formados por pensamientos, reflexiones o incluso “intuiciones poéticas” que constituyen un terreno abonado del cual nacen después, pujantes, los relatos. Según Ignacio Gómez de Liaño, el trabajo filosófico le exigía pararse de vez en cuando “a tomar aliento” y a dejar que la mente se divirtiera. Esa función la cumplieron para el autor los relatos de ficción, que en el libro constituyen también un delicioso entretenimiento para el lector. Y por supuesto, son un complemento brillante a las deducciones y el proceso de pensamiento filosófico y psicológico que reflejan los demás escritos.

 

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Más de mil páginas con los diarios, pensamientos y aforismos personales recogidos por el escritor entre 1957 y 1972, publicados por primera vez íntegros y en castellano.

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Cubierta del libro Cuadernos. 1957-1972. E. M. Cioran. Editorial Tusquets, 2020.

 

“¿A qué rezarle en el fondo de este universo marchito?”, se preguntaba Emil Michel Cioran (1911-1995) en uno de sus diarios. La desesperación ante el abismo sin fondo que implica saber que el ser humano nace para morir, sin seguridad alguna ante lo que pueda llegar después, convirtió al escritor rumano (francés en realidad, por decisión y elección propia) en paradigma del autor y el filósofo nihilista. Veinte años han transcurrido desde la publicación de la primera antología de los diarios de Cioran, fragmentada y seleccionada. Tras una larga espera, a principios de 2020 la Editorial Tusquets decidió publicar los Cuadernos. 1957-1972 en español y en una edición íntegra. Porque si bien estos diarios requieren en ocasiones una lectura azarosa y selectiva, también merecen publicarse completos. Las acertadas palabras de Ignacio Vidal-Folch para El País dan en el clavo: “su magia opera también por acumulación, por abundancia”. Son más de 1.000 páginas encuadernadas en las que el pensamiento, la vida y la esencial del célebre escritor quedan plasmadas para siempre. Tal vez contrariamente al sentir del propio Cioran, que dejó sobre muchos de estos Cuadernos una nota con la orden “Para destruir”.

 

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Retrato de Emil Michel Cioran en 1977. En El País.

 

Las notas se encontraban sobre los cuadernos conservados en el interior de una maleta, hallada por Simone Boué (esposa de Cioran) tras el fallecimiento del escritor. Un total de treinta y cuatro diarios que reflejan la contradicción en la que siempre navegó el autor; porque frente a las notas destructivas, los textos están plagados de anotaciones y revisiones que indican a las claras su intención de publicarlos. Las páginas están salpicadas de fragmentos, aforismos, párrafos y textos, en muchas ocasiones sin conexión alguna. Es como si el autor capturara el momento brillante, esa ráfaga que surca el cerebro, y la anotase sobre el cuaderno para conservarla para siempre. Ingeniosas, desconcertantes, demoledoras y bellísimas (“hace falta mucho coraje para enfrentarse a la primavera”), las imágenes se suceden y reflejan el espíritu y la personalidad de Emil Cioran, uno de los personajes más fascinantes y polémicos del pensamiento y la literatura del siglo XX. Los Cuadernos van acompañados del primer libro del autor: En las cimas de la desesperación, publicado en Rumanía. Son el primer lanzamiento de la Biblioteca Emil Cioran, colección en la que la editorial publicará la totalidad de su obra. Siempre es un buen momento para reencontrarse con este escritor, brillante y caótico, que hizo de sí mismo el mejor de los cuadernos sobre el que escribir una vida llena de talento y contradicciones.

 

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Hoy se la calificaría como “pareja abierta”. En su tiempo fue una relación libre entre dos genios literarios, Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós, que quedó reflejada en las noventa y dos cartas que se conservan de su correspondencia.

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Cubierta del libro Miquiño Mío. Cartas a Galdós. Edición de Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández. Turner Publicaciones, 2020.

 

Emilia Pardo Bazán está considerada una de las figuras claves de las letras hispanas y una de las mejores novelistas del siglo XIX. Mujer libre y liberada (para su época y para la actual), ejerció de feminista cuando aún no se conocía este término y desafió las normas de su tiempo a través de su actitud, su personalidad y su literatura. El 5 de marzo de 1893, la autora de Los pazos de Ulloa escribe una carta a Benito Pérez Galdós para felicitarle por sus “admirables artículos”. Es el comienzo de una intensa relación, tanto física como intelectual y epistolar, de la cual se conservan noventa y dos cartas manuscritas que cubren un periodo de tiempo de treinta y dos años. Las cartas fueron recopiladas, editadas y prologadas por los expertos Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández, y en 2013 fueron publicadas en forma de libro por la Editorial Turner, que lo ha reeditado en 2020. Las páginas del libro retratan más de tres décadas de relación de amistad, amor y conexión intelectual acompañados de celos, engaños, envidias y desencuentros. De todas las que se conservan, únicamente la primera fue escrita por Pérez Galdós; el resto, obra de Pardo Bazán, construye un libro inclasificable que despierta innumerables lecturas. Desde la novela romántica hasta el relato erótico o el reproche, todos ellos tienen lugar en estas cartas que dan fe de la calidad literaria de la condesa, pero también de su incontestable humanidad.

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Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós.

 

Que las cartas fueron escritas solo para el ámbito más íntimo queda claro en párrafos inolvidables, tan llenos de pasión como de lo que podría calificarse como ñoñería. Y sin embargo, no lo es: son sentimientos a flor de piel, expresados en un lenguaje que solo el otro, el que recibe sabiendo, puede comprender. “Triste, muy triste... como diría un orador de la mayoría, me quedé al separarme de ti, amado compañero, dulce vidiña. Soy de tal condición que me adhiero y me incrusto en el alma de los que me manifiestan cariño, y el trato va apretando de tal manera los nuditos del querer, que cuando menos lo pienso me encuentro con que estoy atada y no me puedo soltar”. Pero no todo fue pasión y anhelo en los más de treinta años que duró la relación sentimental entre los dos grandes. Momentos como la infidelidad de Pardo Bazán con Lázaro Galdiano o la posterior relación de Galdós con Lorenza Cobián (de la que nació una hija) hacen arder la pluma de la novelista y terminan por cerrar la historia de amor. Un cierre que no terminaría con la amistad entre ambos; al contrario, esta permaneció sellada hasta el final. Posteriormente, Galdós pasaría de ser “mi ratonciño” a convertirse en “mi ilustre amigo”. A día de hoy es un placer volver a leer estas cartas llenas de amor, sensualidad y literatura, que siguen vibrando con la intensidad del primer día.

 

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El periodista Pedro Cuartango hace un repaso de sus recuerdos y sus pasiones literarias y artísticas en su nuevo libro. Un compendio de artículos, reflexiones y memorias que vibran con la mejor nostalgia e invitan a celebrar la vida.

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Cubierta del libro Elogio de la quietud. Pedro Cuartango. Editorial Círculo de Tiza, 2020.

 

En el prólogo de Elogio de la quietud (editorial Círculo de Tiza), el periodista, pensador y ensayista Pedro Cuartango advierte que ha escrito este libro “no con afán de exhibicionismo, sino con la convicción de que el lector hallará en mis reflexiones algún tipo de complicidad y también una mirada compleja sobre el misterio de vivir”. El título del libro ya es, de por sí, revelador: porque es evidente que el camino que ha seguido el autor no es el del ansia de conocer lo que está por llegar, sino el de recordar lo experimentado y lo amado para celebrar la simple fortuna de estar vivo. En un artículo publicado en el diario El Mundo en 2014, Cuartango cita al escritor Somerset Maugham para expresar un sentimiento propio y compartido: “como nadie sabe por qué, tendríamos que comprender humildemente la belleza de la quietud y esforzarnos en atravesar la vida sin ruido a fin de que el azar no diera cuenta de nosotros”. Este libro se esfuerza en comprender precisamente ese concepto, y lo consigue a través de la mirada de un escritor inquieto como pocos. Siguiendo los pasos de su admirado Marcel Proust, Pedro Cuartango se devuelve a sí mismo su tiempo perdido en las páginas de la obra y nos invita a encontrarlo con él. Y al mismo tiempo, nos ayuda a redescubrir nuestro propio pasado a través de unas vivencias que muchas veces resultan comunes y compartidas.

 

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Retrato de Pedro Cuartango. En rtve.es.

 

En línea con las añoradas vanguardias de principios del siglo XX, el libro comienza con un Manifiesto Minimalista en el que Cuartango invita a disfrutar de la vida, “que es lo único que tenemos por un rato”. A lo largo de las páginas que lo suceden el lector acompaña al autor en sus recuerdos y reflexiones, que trazan un recorrido desde el paraíso perdido de Miranda de Ebro (localidad natal del escritor y escenario de su infancia, transcurrida entre locomotoras de vapor y naturaleza) hasta su eterna París, ciudad donde el periodista persigue los fantasmas (vivos o desaparecido) de los escritores que siempre le han acompañado. La lectura es otra de las pasiones que el autor refleja con intensidad; una pasión que ha acompañado a Cuartango durante toda su vida. Los personajes de su infancia incluyen clásicos que muchísimos lectores y lectoras, entre los que me incluyo, consideran su patrimonio literario personal: el siempre eterno Guillermo de Richmal Crompton, las aventuras de Los Cinco de Enyd Bliton o el azaroso Tintín. Así, en las páginas de este Elogio de la quietud recorremos nuestra propia vida a través de los recuerdos y las pasiones literarias, filosóficas y artísticas de alguien que ha sabido vivir la suya con intensidad, con la nostalgia justa y con la sensibilidad perfecta para recordarla como se merece.

 

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La nueva obra del autor de la trilogía Esferas (Burbujas, Globos, Espuma) mantiene la línea de “provocación a través del pensamiento” a la que nos tiene acostumbrados el filósofo alemán, uno de los pensadores más importantes de las últimas décadas.

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Cubierta del libro La herencia del Dios Perdido. Peter Sloterdijk. Traducción de Isidoro Reguera. Editorial Siruela, 2020.

 

Entre las muchas cosas que debemos agradecerle a Peter Sloterdijk, una de las más interesantes es el reto que nos plantea en cada uno de sus libros: nos obliga a pensar. Lejos de las lecturas banales y fáciles que abogan por popularizar la filosofía, pero que en muchos casos solo trituran los contenidos para hacerlos más fácil de pasar (y no hay que olvidar que la filosofía requiere concentración y reflexión), Sloterdijk genera ensayos profundos y fundamentados que precisan de una lectura pausada. Su figura contradice la imagen del filósofo serio: suele acudir a entrevistas y conferencias despeinado y sin calcetines, y nunca deja de sacudir al mundo (literario, filosófico y general) con sus opiniones y sus ideas. Polémico como pocos, amado y odiado a partes iguales, nada más comenzar este año 2020 se ha publicado su última obra: La herencia del Dios perdido, editado por Siruela y con traducción de Isidoro Reguera. En el texto Sloterdijk revisita la idea de la muerte de Dios, surgida a finales del siglo XIX y que la terrible I Guerra Mundial fundamentó para las décadas posteriores. Y no solo eso, sino que entronca esta muerte con conceptos como el fin de las civilizaciones y hasta de la propia Historia.

 

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Peter Sloterdjik. Foto de Vicens Giménez en elpais.com.

 

El filósofo ahonda en la idea de la mortalidad y la desaparición desde el primer capítulo, El ocaso de los dioses: “El ocaso de la civilización comienza en el instante en que los habitantes del gran receptáculo cultural caen en la cuenta de que ni siquiera los sistemas humanos más sólidos del presente están construidos para la eternidad, sino que están sujetos a una fragilidad que también se denomina ‘historicidad’. Para las civilizaciones la historicidad representa lo que para los individuos es la mortalidad”. A lo largo de las páginas del libro, Sloterdijk analiza las consecuencias de la afirmación Dios ha muerto desde distintas perspectivas, tanto filosóficas como teológicas, abarcando también el terreno de la política y de los avances científicos, sociales y culturales. En los capítulos que estructuran la obra, el autor ahonda en temas como la afirmación del mundo, la gnosis, la mejora del ser humano, la idea de Jesús como “el bastardo de Dios” (entendido como una cesura o pausa entre la divinidad y el ser humano) o el imperativo místico, entre otros. De nuevo, Sloterdijk nos regala un texto profundo e inquisitivo; una lectura compleja y fascinante que nos invita a “pensarnos a nosotros mismos”, como individuos y como sociedad.

 

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