Alejandra de Argos por Elena Cue

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 Génesis según Sebastiao Salgado 1 

La tierra era una soledad caótica y las tinieblas cubrían el abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. (Gen 1, 2-3)

CaixaForum Madrid exhibe hasta el 4 de mayo, 245 instantáneas de la serie Génesis de Sebastião Salgado (Minas Gerais, Brasil, 1944). Es el testimonio de uno de los fotógrafos más relevantes de hoy, -premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1998, estuvo en la agencias Sygma, Gamma y Magnum antes de fundar su propia agencia, Amazonas Images-. Con esta exposición retrata los confines de la tierra a través de los ocho años que duraron sus 32 viajes, justo antes de cumplir los setenta años.

Del primer contacto con las fotografías de Salgado nos capta su contundente poder estético. Además, y muy poco a poco, nos van inoculando, con un ritmo parecido a las pisadas de sus elefantes, un mensaje no menos potente: Esto que estas viendo es el 46 por cien del planeta que aún se mantiene virgen, y que está ahí, como el primer día del Génesis.

Decidimos entonces ahondar en el pensamiento y en la biografía de este artista ciertamente convencidos de que alguien como Sebastião Salgado debe tener mucho que decir sobre una zona de la vida y del corazón que sólo se ofrece a quienes tienen una determinada manera de mirar el mundo. Un ritmo, una coherencia, una pasión. Y descubrimos que es su viaje interior el que nos interesa.

Salgado es un hombre de mirada muy clara y habla pausada; su inglés tiene un atractivo deje portugués brasileño y su voz lenta no proviene de dudas en el lenguaje sino de que es un hombre que ha visto mucho y, sobre todo, un hombre que ha mirado bien. Elige sus respuestas y sabe contarlas.

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 ICEBERG MAR DE WEDDELL. PENÍNSULA ANTÁRTICA. 2005

 

Como todo buen fotógrafo tiene un pacto con la lentitud. "Yo camino mucho, realizo parte de mis reportajes a pie porque en ese tiempo miro y siento la vida, la naturaleza. Lentamente. Si no se produce un cortocircuito. La esencia muchas veces está en las curvas, en las vueltas que das, no en la línea recta". Por eso compara a los fotógrafos con los cazadores. Ambos viven en la espera, inmersos en procesos auténticos. "Hay que experimentar el placer de esperar".

Hasta el proyecto Génesis, Salgado sólo se había dedicado a fotografiar a la especie humana, y de ella, como de todas las especies animales, tiene una mirada distinta, más amplia, más real y de la que, de verdad, nos gustaría aprender. " He comprobado que, a veces, allí donde la vida crea, se prepara la muerte. En Kazajistán, las mismas industrias producían el fosfato utilizado como fertilizante agrícola y como napalm, un arma muy eficaz en la guerra. En Bangladesh, a partir del mismo tejido ancestral del yute, se fabrican los sacos para los cereales y los famosos sacos que se rellenan de arena con los que los combatientes construyen sus trincheras. Bajo el impacto de las balas, el saco de yute se cierra sin dejar salir la arena que protege a los soldados".

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BALLENA FRANCA AUSTRAL. PENÍNSULA VALDÉS. ARGENTINA. 2004 

 

Escuchando y entendiendo su biografía, comprendemos que Salgado es uno de esos personajes que nos gustaría que conformaran la primera visión del mundo y del hombre que tienen nuestros hijos. A la edad en la que les domina el ansia de saber y buscan las respuestas en los cuentos y las imágenes, sería bonito poder sentarles en el suelo y dejarles escuchar mirando desde su pequeñez a un sabio en cuyos ojos de cazador lento de imágenes se leen historias auténticas: "En Etiopía hice 850 kilómetros a pie. Descubrí que toda la tierra fértil de las orillas del Nilo salió de allí. Hice un viaje a una comunidad cristiana, donde estuvieron los primeros judíos de Egipto. Fue como viajar al Antiguo Testamento. Aquel fue mucho más que un viaje de 850 kilómetros, fue un viaje de 6.000 años a mi interior".

De mi tierra a la Tierra (La Fábrica), es su libro de memorias. En él cuenta cómo el proyecto de Génesis empieza en las Islas Galápagos, tras las huellas de Darwin, guiándose por El viaje del Beagle. Allí aprendió que el hombre no es la primera especie dotada de racionalidad. Y narra algunas escenas desconcertantes. En los alcatraces comunes, a la hora de aparearse, es la hembra la que elige al macho. Ellos se presentan ante ella, bailan, abren las alas, enseñan su cuerpo. Cuando ella decide seguir a alguno de ellos, salen volando juntos, dan una vuelta de unos quince minutos y después aterrizan. Así uno tras otro, la hembra deja que le hagan la corte y después escoge a uno. Durante esa estación, sólo ese será su compañero y con quién habrá decidido concebir a sus crías.

 

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 ALBATROS DE CEJA NEGRA EN EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS WILLIS. GEORGIA DEL SUR. 2009.

 

El primer libro de la Biblia recibe en hebreo el nombre de su palabra inicial: Beresit ("en un principio"). Génesis es el nombre que la versión griega dio al libro, atendiendo a su contenido "el origen" del mundo y del hombre. Salgado no cree en Dios pero con Génesis quiso mostrar "la dignidad, la belleza de la vida en todas sus facetas. Y el hecho de que todos compartimos el mismo origen". Entonces vuelve a su época en Galápagos para contarnos cómo un día observando una iguana, se fijó en sus patas delanteras. Su imaginación le llevo a compararlas con la mano de un guerrero de la Edad Media enfundado en su cota de malla y comprendió la similitud entre las especies. El encuentro con la iguana confirmó el título que quería dar a su proyecto: Génesis.

A nosotros viendo esta foto, mientras recorremos las salas frente al Jardín Botánico, y recurriendo de nuevo a la mentalidad de nuestros niños, nos ocurrió lo mismo ¡¿Es la mano del Rey Arturo, o más bien la de Ironman?!

 

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 IGUANA MARINA, GALÁPAGOS, ECUADOR, 2004

 

Salgado nació en una granja del interior de Brasil, allí aprendió a ver y a amar las luces, se crió con cielos cargados de nubes y tormentas a través de los cuales se filtraba la luz. Pasó su infancia entre enormes extensiones de terreno, arroyos, temporadas de lluvia y largas trashumancias a caballo
entre miles de bueyes.
A los 20 años se enamoró de la otra mitad de su vida, Lélia. Juntos llegaron a París en 1970 huyendo de la situación política de Brasil. En su primer verano europeo y en un Dos CV, condujeron hasta Ginebra para comprar a mejor precio su primer material fotográfico. Lélia debía fotografiar edificios para sus clases en la facultad de Arquitectura. Ninguno de los dos sabía nada de fotografía pero enseguida a ambos les apasionó. Así fue como la fotografía se convirtió en su forma de vida. Gracias al trabajo de Salgado como economista en la Organización Mundial del Café conoció África, se enamoró de ese continente y de fotografiarlo y, poco a poco, empezó a dejar su trabajo y a considerar ser fotógrafo.

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 MUJERES DEL POBLADO ZO'É. PARÁ. BRASIL. 2004

 

Como siempre junto a Lélia, emprendieron su otro gran proyecto: O Instituto Terra. La costa brasileña desde su origen estaba cubierta por la selva atlántica -unos 3.500 kilómetros hacia el interior del continente- y la tierra de los padres de Salgado pertenecía a este ecosistema. Tras la amnistía política, el matrimonio decidió volver a su país y al llegar a su tierra se encontraron con el drama de la deforestación: los famosos perobás (variedad del roble) y otras especies de árboles habían sido talados, las tierras fértiles antiguamente cubiertas de pasto habían sido arrasadas y el agua, sin nada que la retuviera, corría a sus anchas encharcando todo. "Lélia me dijo un día, Sebastião, vamos a replantar árboles" y sin tener conocimientos botánicos, ni muchos recursos económicos, sintiéndose completamente urbanitas y, sin ni siquiera vivir ahí, decidieron lanzarse a la aventura. Al cabo de seis meses se enfrentaron a la replantación de 2,5 millones de árboles de variedades de la selva autóctona y crearon el primer Parque Nacional de Brasil en una tierra totalmente devastada. Desde entonces la tierra de sus padres está protegida. Con los árboles llegaron los animales, la tierra de su infancia se convirtió en un paraíso casi más hermoso que el que él recordaba. Este espectáculo de la recreación del ciclo de la vida fue el que decidió a Salgado a plasmar con su cámara la belleza natural de los lugares del planeta a los que la mano del hombre todavía no había llegado. "Génesis es mi carta de amor a la naturaleza".

 

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O INSTITUTO TERRA, MINAS GERAIS, BRASIL, en 2001, cuando empezó a funcionar la replantación de la selva atlántica de Brasil, y en 2013 habiendo logrado su objetivo.

 

"La fotografía es mi vida, es mi forma de vivir con coherencia"

En la mitad de Génesis, Salgado pasó de la fotografía analógica a la digital. Entre 2004 y 2008 utilizó cámaras Pentax 6458 y se pasó al formato medio, el 4,5 x 6.
Domina la monocromía con extrema destreza y ofrece una nueva dimensión de la fotografía en blanco y negro; las variedades tonales de sus obras, el contraste entre luz y oscuridad, nos recuerdan al Barroco y a las obras de grandes maestros del claroscuro como Rembrandt y Georges de La Tour.
En el blanco y negro busca mayor impacto. Cuando trabajaba en color, la belleza de los azules y los rojos le parecía que anulaban la emoción de lo fotografiado. Le desconcentraban. Con el blanco y negro y todas sus gamas de grises, Salgado nos fuerza a concentrarnos en las miradas, las actitudes, en la densidad de las personas: "Cuando miramos una imagen en blanco y negro, nos penetra, la digerimos y, de forma inconsciente, la coloreamos". Para el fotógrafo el momento de apretar el disparador es único y mágico. La fotografía es la interpretación de una obra en la que confluyen varios elementos que se vinculan: las personas, el viento, los árboles, la luz, los fondos... Pero para lograr ver la fotografía, el fotógrafo debe integrarse completamente en lo que le rodea. Es emocionante leer cómo Salgado describe esos momentos de éxtasis ante el disparador: "Sabes que vas a presenciar algo inesperado. Cuando te fundes con el paisaje, con la situación, la construcción de la imagen acaba emergiendo ante tus ojos. Pero para lograr verla, debes formar parte del fenómeno. Entonces todos los elementos se ponen a actuar para ti... A mi me encanta quedarme así, durante horas, acechando, encuadrando, trabajando la luz a fondo... Hay que amar lo que se hace".

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Queremos concluir con un homenaje a dos genios a través de sus imágenes.

 

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Sebastião Salgado, Ciega a causa de las tormentas de arena, Mali, 1985. Pablo Picasso, Celestina.

 

 

          

 

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Con gran curiosidad, entré en la sala que alberga la colección de Furias, que el Museo del Prado exhibe hasta el dia 4 de Mayo. Al igual que el crítico de arte francés, Louis Vauxcelles al entrar en el Salón de Otoño de 1905, clamó su famoso "Donatello entre las fieras" que dio nombre al movimiento fauvista (fieras en frances), así me encontré yo con el "Laocoonte entre las Furias". Esta magnífica escultura del sacerdote de Apolo antes de morir con sus hijos estrangulado por las serpientes, refleja el dramatismo extremo del sufrimiento que representan tambien las Furias; caras descompuestas en un grito de dolor y contorsión. 

 

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El protagonismo de la exposición recae sobre los cuatro cuadros que realizó Tiziano para el Palacio de Binche, en Bruselas por encargo de María de Hungría en 1548. Representan a los personajes de la mitología griega que fueron castigados al Hades por enfadar a los dioses: Tántalo a no conseguir la ansiada comida que le sacie; Tício a ser devorado su hígado por un buitre; Ixión a dar vueltas a una rueda eternamente y a Sísifo a portar una piedra enorme sobre sus hombros subiendo una montaña para luego caer y volver a empezar, que dio lugar al ensayo filosófico de Albert Camus, El mito de Sísifo como metáfora del esfuerzo y absurdo de la vida humana. Estos cuadros fueron utilizados políticamente por la hermana del emperador Carlos V como representación alegórica  de los príncipes alemanes que se habían alzado contra el emperador.

 

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Destacan también las obras de Rubens, Salvator Rosa, Langetti, Ribera o el dibujo de Miguel Angel Buonarroti, en una exposición cuyo tema central, las Furias cubrió un periodo desde mediados del s XVI hasta finales del s XVII que se utilizó como alegoría política. 

 

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Diego Sánchez Meca, Música

 

Todo arte es un puro juego de la fantasía y de la imaginación que nos produce placer, que nos divierte pero que, al mismo tiempo, nos enseña algo. En sí mismo, como creación, es un modo de manifestarse la fuerza formadora de la vida. Pues crear arte es estar ejerciendo la actividad misma en la que consiste la vida, que no es otra cosa que producción de un mundo de apariencias y juego exuberante y continuo de su creación y de su destrucción. Esta es la razón por la que el arte requiere el desplegarse de una sobreabundancia de fuerza, de una intensidad vital y personal que se explaya y se vierte hacia fuera creando y destruyendo las formas, los objetos y las obras. En esto radica lo artístico del arte, en que su fuerza creadora no es sino participación en la fuerza creadora y destructora que mueve el mundo.

  

Pues bien, preguntémonos ahora: ¿Cómo actúa esta fuerza? ¿Cómo se ejerce? Se ejerce -y esto es lo más importante- como capacidad de dominar una gran cantidad de estímulos o de impulsos hasta armonizarlos en una forma bella. Fijémonos lo que hace esta fuerza en la naturaleza. Todo lo que vive está movido por un ritmo, y lo propio de lo viviente es engendrar un ritmo. Y esto, hasta el punto de que se puede definir la vida, desde este punto de vista, como una organización rítmica espontánea. Por ejemplo, si recurrimos a nuestra experiencia, estaremos de acuerdo en que preferimos siempre el esfuerzo rítmico al esfuerzo desordenado. Esto lo comprobamos, sobre todo, cuando practicamos algún deporte o realizamos algún trabajo físico. Supone un gran ahorro de energía ejecutar movimientos iguales en duraciones de tiempo iguales, pues obtenemos así el máximo rendimiento a nuestro trabajo muscular evitando la fatiga.

 Música en la cabeza   

 

Este es un hecho que rige no sólo el movimiento de los seres orgánicos, sino que se da igualmente también en el mundo inorgánico. Un cierto ritmo tiene lugar siempre allí donde hay un conflicto de fuerzas que no están en equilibrio: entre el frío y el calor, entre lo húmedo y lo seco, entre lo denso y lo expandido, entre la luz y la oscuridad... Todo lo que existe lucha y, por eso, esta oposición de los contrarios instaura un ritmo, el ritmo de las estaciones, el ritmo del día y la noche, el ritmo de la lluvia y la sequía, el ritmo del hambre y la saciedad. Se puede decir, por tanto, siguiendo a Heráclito, que todo el devenir está ligado al ritmo. Y de ello podemos concluir que vivir, existir, evolucionar consiste en instaurar una relación de equilibrio sobre un fondo de desequilibrio, dominar el desorden mediante una organización regular, crear un mundo, o sea un orden y una proporción a partir del caos.

 

De igual modo, el arte no es, en realidad, el desplegarse libre de efusiones sentimentales o de fantasías incontroladas, sino la conjunción exitosa de contenido y de forma, de inspiración y de técnica. Y tanto más excelsa y sublime resulta una obra artística cuanto la desbordante fuerza del genio que la crea logra quedar finalmente contenida y dominada bajo los perfiles y trazos de una forma artística, o sea, de un orden, de un ritmo. Pues bien, esto nos enseña algunas cosas.

Por ejemplo, en la buena música, ese deseo tan humano de querer alcanzar lo profundo, lo infinito, lo esencial, lo en sí; ese querer encontrar pensamientos sublimes en el paroxismo de un idealismo del lógos, corre el peligro de romper el equilibrio justo entre forma y contenido. Porque la música mejor sería la que se contenta con las formas de nuestro mundo y de nuestra vida y las ama por si mismas, como meras apariencias, sin tratar de ir más allá de ellas buscándoles un sentido en sí como esencia trasmundana. La música, como juego de formas melódicas y ritmos, es, en este sentido, un modo privilegiado de pensamiento de la verdad de la apariencia, ya que su forma artística permite conocer el mundo, no como descubrimiento de su ser más profundo, sino como juego trágico-dionisíaco del crear y el destruir. Los ritmos, las canciones, las armonías que el artista crea y con las que piensa se refieren a la tierra y a la vida, que no es más que ese juego alternativo de nacimiento y muerte.

 

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Lo interesante es que, así entendida, esta música no tiene por qué derivar en el pesimismo y en el ascetismo, como concluía Schopenhauer. Al contrario, puede llegar a convertirse en el verdadero contramovimiento del ascetismo y en algo completamente antipesimista: "Creería sólo en un Dios que supiese bailar", dice Nietzsche. Que es como exigirle a la música que sea el arte de la ligereza, de la versatilidad, de la sutileza y del puro gozo de vivir. Lo que esta música enseña a todo ser humano que ama y afirma la vida es a conquistarse a cada instante dominando su caos, dando un sentido a su vida e imponiendo una ley, un orden, un ritmo, una forma a su impulsividad y a su temporalidad unificándola en un todo y dirigiéndola a unas metas. Si no hace esto entonces se verá aplastado por el caos, o sea por la multiplicidad de sus impresiones e impulsos, de las determinación cambiantes e imprevisibles que se mueven en todas las direcciones en el seno último del acontecer.

En conclusión, la música que expresa la victoria sobre el caos es la música que afirma la vida, la que sintoniza con la gran salud del cuerpo, la que afronta el reto de conquistar un orden en el tiempo en vez de sucumbir pasiva y nihilistamente a la seducción de un caos sonoro que privilegia los timbres y los colores en detrimento de la organización armónica y melódica. Nietzsche pensó así la música dionisíaca. En el escenario esta música debe sonar ella sola, sin trasmundos, generando vitalidad. El buen estilo en música sería, por tanto, la música absoluta, imagen de una necesidad de superación que se despierta ante el sentimiento, no sólo de lo bello como plenitud de la forma conquistada, sino también de lo sublime que rompe continuamente cualquier forma inducida por un impulso de una nueva y más profunda plenitud.

 

Diego Sánchez Meca

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En poco más de trescientas páginas el historiador y periodista alemán Florian Illies relata con humor y fugacidad los acontecimientos culturales que vivió Europa el año anterior a la Gran Guerra. 

Este libro no es una novela, ni tampoco un ensayo, simplemente es una crónica que engulle al lector, en un relato contado durante los doce meses del año sobre una parte importante de los acontecimientos creativos y culturales que tuvieron lugar antes de la masacre bélica que hizo temblar los cimientos de todo el pensamiento occidental. 

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La obra resulta atractiva para cualquier curioso que quiera rememorar las vanguardias artísticas, la influencia del psicoanálisis en el pensamiento posterior, especialmente en la Escuela de Frankfurt, las grandes obras literarias, los grandes acontecimientos culturales y el cambio de mentalidad que se estaba produciendo en Europa, ignorando que su estilo de vida estaba a punto de desaparecer. El desarrollo tecnológico, industrial y de las artes colocó al mundo occidental en cimas jamás soñadas para trasladarle en poco tiempo a su total hundimiento.

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Dos son los hilos conductores del relato, por un lado la relación epistolar entre Frank Kafka y su amada Felice Bauer y por otro, la turbulenta relación entre Alma, la viuda de Mahler y Oskar Kokoschka, contada a través de su famoso lienzo, "La novia del viento”.

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Los grandes creadores del primer cuarto del siglo XX, entran y salen a lo largo de estos doce meses del año de 1913. Arnold Schönberg e Igor Stravinsky y las nuevas formas musicales. Freud y C.G. Jung con sus luchas intestinas. La disolución del grupo Der Blaue Reiter (Wassily Kandinsky, Franz Marc, Albert Bloch, Robert Delaunay) y del Die Brücke (E. Ludwing Kirchner,  Erich Heckel, Karl Schmidt-Rottluff…). La crudeza de los lienzos de George Grosz, que utiliza su arte como un arma contra el poder establecido. La nueva arquitectura de Peter Behrens, autor unos años antes de la sala de turbinas de la fabrica de AEG, de Walter Gropius, de Adolf Loos y  de otros muchos arquitectos que toman la luz y la simetría como razón de su trabajo.

 

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“La exposición de arte actual procedente de Europa cayó sobre nosotros como una bomba”, así comentaba la revista Camera Work, la muestra que se celebró en el Armory Show de Nueva York a principios de 1913. La obra de Marcel Duchamp “Mujer bajando una escalera” noqueó a los visitantes americanos. Berlín celebra, unos meses después, en la legendaria galería Sturm, el Primer Salón de Otoño Alemán, donde están representadas todas las vanguardias, excepto  los pintores de Die BrükeGertrud Stein es el centro de la creatividad parisina, en su casa reúne a artistas ya consagrados como Picasso, Matisse y Braque. El coleccionista Eduard Arnhold hospeda en su casa a Emil Nolde, que junto a James Simon son los grandes  mecenas berlineses. Escritores, pensadores, editores, marchantes... cierran el circulo del relato.

París, Berlín, Zurich, Venecia, Viena, Munich, son los recorridos habituales en los que se mueve la cultura  más progresista de la época. Es el momento de la transformación de las ciudades en grandes metrópolis. La moda comienza a formar parte de un nuevo estilo de vida.

 

 

A todo el derroche de figuras claves que se van sucediendo en el tiempo, el libro incluye numerosas anécdotas contadas en clave de humor y algunos datos que no coinciden en el tiempo pero que visten adecuadamente la historia. Casi se podría decir que 1913, Un año hace cien años es una pequeña guía de mano para adentrarse en el fascinante mundo de la creatividad exuberante, que se cierra con el Manifiesto suprematista y con "Cuadro negro sobre fondo blanco" de Malevich.

 

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Floorian Illies. 1913 Un año hace cien años. Salamandra 2013

 

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 Stoller Casa Cocoon, Florida 1950's / Montse Zamorano, Casa AriasMiguez, Madrid 2013.

 

“Cada vez es menos factible reflexionar sobre nuestra experiencia siguiendo la distinción entre imágenes y cosas, entre copias y originales” 
― Susan SontagOn Photography

Una gran parte de nuestra generación es conocedora de los hitos de la arquitectura moderna americana de mediados del siglo XX, no por haberlos visitado personalmente, sino por haber absorbido las icónicas imágenes de fotógrafos como Ezra Stoller o Julius Shulman.

  

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 Stoller Casa Cohen, Florida 1950 / Montse Zamorano, Casa AriasMiguez, Madrid 2013.

 

La prosperidad económica y el optimismo colectivo que se vivió en los años de posguerra en Estados Unidos, hizo de la vivienda unifamiliar un experimento social con rasgos de ferviente devoción en un porvenir perfecto e infinito. La vida doméstica se convirtió en una forma de arte diario, un arte construido y comercializado con eficiencia, una especie de terapia nacional para el mitigar el trauma de una época bélica reciente.

Durante este periodo de fertilidad industrial, tanto Stoller como Shulman, dieron pie a algunas de las imágenes de arquitectura doméstica moderna más relevantes en décadas, y a un legado visual que transcendería la mera utilidad de sus encargos, elevándose a un nivel de simbolismo de una época.

 

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 Shulman Casa Twin-Palms Palm Springs California / Montse Zamorano, Casa AriasMiguez, Madrid 2013.

 

Tras haber cursado estudios superiores de arquitectura en Madrid y Chicago, y habiendo basado su tesis pre-doctoral en un estudio comparativo de la obra de los dos grandes fotógrafos americanos Ezra Stoller y Julius Shulman, la fotógrafo Montse Zamorano (Madrid 1985) ha canalizado su pasión por la arquitectura fotografiando la obra de estudios de arquitectura de la talla de Foster & Partners, Álvaro Siza, o incluso como de maestros como Le Corbusier, o Louis Kahn.

Como continuación a su labor investigadora de la obra de los dos grandes fotógrafos americanos del siglo XX, Zamorano se ha embarcado en un proyecto fotográfico en busca de las raíces de la naturaleza visual de un periodo de la arquitectura moderna norteamericana, en donde no sólo se retrataba un periodo de la arquitectura, sino una visión de una forma de vida tanto humana, como humanista.

 

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 Stoller Casa Deering, Florida 1958 / Montse Zamorano, Casa AriasMiguez, Madrid 2013.


Tomando como base un proyecto de vivienda unifamiliar en la urbanización “El Bosque” a las afueras de Madrid, y en colaboración con sus autores, el estudio de arquitectura de origen estadounidense Buildworks, Zamorano traza las líneas maestras de una nueva revisión a la hora de componer y retratar la modernidad actual en el marco de la arquitectura doméstica española. 

Partiendo del entendimiento de que la arquitectura es una experiencia espacial, las imágenes de Zamorano para esta vivienda desencadenan un discurso visual de gran elocuencia compositiva, organizando los elementos integrantes de manera que su suma supera la sencillez de las formas arquitectónicas retratadas. A modo de los fotógrafos americanos, Zamorano retrata el espacio y su profundidad, a menudo haciendo uso de elementos difusos o fraccionados en primer plano, como la silueta de un vehículo aparcado, la rama de una encina asomando, o una copa de vino en pleno disfrute. Sus fotografías incorporan una obvia apreciación por la pureza de la estructura arquitectónica, pero paralelamente transmiten una aparente preferencia por los aspectos más humanos de sus usos, imágenes en sí, creadas sin drama o deseo de intrusión.

 

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 Stoller Tienda en Cambridge, Boston 1969 / Montse Zamorano, Casa AriasMiguez, Madrid 2013.

 

No existen grandes esfuerzos escenográficos ni artificialidad en estas composiciones, más bien un ejercicio de tesón y perfeccionismo. Zamorano presenta una escena diaria dentro de un marco arquitectónico que opta por mostrar la fluidez entre el exterior y el interior, los trazos de su ejecución, el alistonado del hormigón armado, la luminosidad del revestimiento cerámico, la emotividad de un cielo otoñal, la omnipresencia de una vegetación perteneciente al lugar desde hace generaciones y respetada en la obra arquitectónica.

 

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 Shulman Casa Koenig, Los Angeles 1960 / Montse Zamorano, Casa AriasMiguez, Madrid 2013.


La utilización del blanco y negro como herramienta documental en estas fotografías, es inherente a esa herencia estilística de Stoller o Shulman aportando grandes dosis de abstracción a la toma final. Al suprimir el uso de color, Zamorano apremia las aristas de la arquitectura moderna sin teatralidad ni distracciones de su mera composición, imprimiendo a la propia utilidad de la imagen un aura de belleza hipnótica, atemporal e inmortal.

Para más información sobre la fotógrafo: www.montsezamorano.com

 

 

George Condo en Galería Skarstedt en 23 Old Bond street. Hasta el 5 de Abril de 2014.

Me sorprendió y entusiasmó el nuevo trabajo en papel y tinta del artista americano George Condo (1957). De gran formato, su intencion ha sido la de experimentar todas las posibilidades que le da la tinta sobre papel.

 

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George Condo en la Galería Simon Lee en 12 Berkeley Street. Hasta el 22 de Marzo de 2014.

Como impresionante fue también, su nueva exposición de pinturas cubistas. Condo describe este trabajo como cubismo psicológico. George Condo dice que Picasso pintaba un violin desde cuatro diferentes perspectivas en un solo instante y que el hace lo mismo con los estados psicológicos. Cuatro de ellos pueden suceder simultaneamente, reir, escuchar, llorar, dormir. Y el los plasma en un solo rostro.

 

 

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Chéjov y su esposa, la actriz Olga Knípper.

 

"Deme una mujer que, como la Luna, no aparezca todos los días en mi cielo" (Chèjov)

A lo largo del último año, y tras la concesión del Premio Nobel de Literatura a Alice Munro, se ha dicho sin cesar que Antón Chèjov (1860-1904) es el padre del cuento moderno. Hemos releído "La Estepa" hace ya unas semanas. Algo ha permanecido ahí, en el fondo, dando vueltas, sin ser digerido, produciendo cierta perplejidad y volvemos sobre ello.

En este cuento largo, de unas 150 páginas, se narra el viaje de un niño por la estepa ucraniana alrededor de 1880, para Chèjov el "alma rusa" dependía de la inaudita soledad de la estepa y la va describiendo como si fueran lienzos, uno detrás de otro, que van surgiendo de entre las líneas. Nos asombra reconocer que es lo más parecido a pintar escribiendo.
¿Cuántos pintores, grabadores, ilustradores de cuentos o directores de cine han dibujado o transmitido una tormenta como lo hace este escritor ruso?

"Detrás de las colinas surgió, de manera inesperada, una nube rizada de color ceniza. Intercambió una mirada con la estepa, como si quisiera decirle: "Estoy preparada" y frunció el ceño. De pronto, algo se desgarró en el aire estancado, el viento sopló con todas sus fuerzas y con un silbante estrépito corrió formando remolinos por la estepa. Al instante la hierba y la maleza del año anterior empezaron a murmurar; el polvo sobre el camino avanzó por la estepa y, arrastrando tras de sí la paja, libélulas y plumas, se elevó en forma de tromba negra hasta el cielo oscureciendo el sol. Atravesando la estepa a lo largo y ancho, tropezando y saltando, se desplazaban los cardos; uno de ellos, atrapado por el torbellino, giró como un ave, se elevó hasta el cielo y, tras convertirse allí en un punto negro, desapareció de la vista. Otro lo siguió y luego un tercero; Yegoruska vio cómo dos de ellos chocaban en las alturas azules y se acometían en una suerte de combate singular".

La descripción y el paisaje son los protagonistas absolutos. Por lo demás, nos resulta una lectura lenta, lentísima, en la que no ocurre prácticamente nada.

¿Nada?¿Cuál es pues la razón del impacto que produce en el lector? En un lector actual, nos referimos.

En la época de la inmediatez, del exceso de información pero, sobre todo, en la época de la exigencia de contenidos complejos y vertiginosos. Cuando los guiones de las películas recientemente oscarizadas giran alocadamente hacia el enamoramiento de un hombre por un sistema operativo informático, o nos ahogan en la angustia de un fatídico viaje espacial, ¿qué nos aporta leer cómo inician el vuelo las alas de una avutarda?, ¿Por qué nos sobrecoge la descripción del tiempo que pasa en una mañana en el campo como si "se estirase de manera infinita, como si también él se hubiera detenido y bloqueado"?. Nos admira ver cómo el autor disecciona el declive de la sociedad rusa de finales del siglo XIX a través de los gestos de un viejo pope. "El padre Jristofor no había conocido en toda su vida una preocupación que hubiera podido apretar su alma como una boa".

Encontramos la respuesta a nuestras preguntas estableciendo un paralelismo con lo que nos ocurre con la pintura.

Cuando viajamos con la mirada por la tabla de Jan van Eyck "Hombre con turbante rojo", a través de cada pelo del visón de su cuello o por ese ojo, en el que al final, entre pinceladas diminutas de blanco, descubrimos una gota de sangre ¿No reconocemos algo muy parecido a lo que sentimos con la bofetada mental, con el derechazo plástico, de este otro cuadro que elegimos: "Retrato de un joven pintor", de Lucian Freud?

 

 

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¿Acaso este viaje, desde la paleta de letras de Chèjov -o incluso, de Thoreau-, hasta al "efecto tornado" que nos producen las novelas, por ejemplo, de David Foster Wallace, no es parecido?


Quizás, y después de todo, simplemente se trate de que todas estas obras surgen de la ejecución de un genio. Todas nos han producido una suerte de punzada en algún registro de nuestro hipotálamo. Y reconocemos que esa punzada es de las que se quedan. De nuevo, sin digerir. Somos depredadores de emociones y reconocemos a las presas.

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