Enigmas de la risa.

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A propósito del estreno teatral en Madrid de "El nombre de la rosa"

Los chistes, los juegos de palabras ingeniosos, la ironía, el buen humor han sido siempre y son un componente equilibrador y relajante esencial en las relaciones humanas. Las diversas formas de espectáculos cómicos o las bromas que salpican nuestra conversación en los ratos de distensión, cumplen la función de provocar en nosotros la risa, que tiene un verdadero poder relajante y terapéutico de nuestras preocupaciones, angustias y problemas de cada día. 

Se podría decir, que en todas estas situaciones la inteligencia juega para suscitar la risa y el placer, y de este modo crear una especie de oasis en medio del desierto de nuestra vida seria. O dicho en otras palabras: el ingenio, la ironía, el chiste, lo cómico, etc. son modos de tomarse lo serio como un juego o también de tomarse determinados juegos como algo serio.

Porque la risa es lo contrario de lo triste y de lo rígido. El reir es despreocupado, ligero, surge de la fuerza que da el disfrute y el bienestar. Y es el deseo de aumentar e intensificar la risa lo que incita y estimula el ingenio, la ironía y la parodia, que no son esencialmente otra cosa que formas inteligentes de la crítica. De manera que cuando más gozosa y más divertida es la risa es cuando la crítica irónica o paródica o cómica contra personas, sucesos, decisiones, instituciones, etc. muestran la faceta ridícula de lo más grave y la estupidez de lo más serio. Por eso la risa tiene tan inmenso poder disolvente y destructivo, y representa el arma más eficaz contra el temor a la autoridad, el respeto a la verdad, la obediencia a la ley o la veneración de lo sagrado.

¡Qué misterio y qué enigma, pues, que la risa sea lo más peligroso que existe cuando se dirige contra el orden establecido! Y esto tanto en la política como en la ciencia como en la religión o en la moral o como en las relaciones sociales. Porque derrumba las pretensiones de absolutos y de sagrados con que se nos presentan las leyes, las costumbres, las verdades, los principios, las creencias o los usos. La burla los descompone. Deshace aquello a lo que se dirige al mostrar el lado ridículo que siempre oculta lo sublime y lo grande, pues todo lo grande tiene siempre un lado por el que se acerca extrañamente a lo pequeño. Decía Maquiavelo: “Se mata mejor con la risa que con la cólera”.

Se comprende, entonces, por qué ningún totalitarismo soporta la risa y la diversión. La estrategia de la dominación política es siempre la estrategia del miedo, y el humor es el mejor arma para disolver este miedo. Esta es, seguramente, la reflexión que suscita lo que dice Jorge de Burgos -el monje ciego de la obra de Umberto Eco, El nombre de la rosa-, para justificar el asesinato de todos los que habían leído el segundo libro de la Poética de Aristóteles, perdido desde la Antigüedad y encontrado por azar en la biblioteca de su viejo monasterio. Se trataba de un libro sumamente peligroso, porque su tema, desarrollado nada menos que por el filósofo más grande y sabio hasta entonces conocido, era justamente la comedia y la risa: 

“Cuando ríe el aldeano se siente amo, porque ha invertido las relaciones de dominación. La risa acaba con su miedo, con el miedo cuyo verdadero nombre es temor de Dios. Hay, pues, que destruir ese libro que presenta la comedia como una medicina y una liberación, porque induce a socavar el orden que sólo se mantiene con el miedo”.

Lo dogmático, lo indiscutible, lo absoluto, lo irreplicable, aquello que pesa sobre nosotros y dirige inexorablemente nuestras vidas: sólo cuando la ironía y la risa nos muestran su lado ridículo dejan de aprisionarnos con sus cadenas. Pero por eso se paga habitualmente un alto precio... Todavía hoy puede uno ser perseguido, o incluso morir, si es irreverente y bromea con Mahoma. Y es que sigue sin estarnos permitido bromear con lo que para algunos sigue siendo lo sagrado, lo perfecto y lo serio.