Añorando a Hesse

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HesseFue Hermann Hesse, junto con algunos otros autores más, quien me enseñó desde muy joven una idea de la literatura como ese refinamiento y perfeccionamiento de la vida que se consigue mediante un determinado uso del tipo de  interiorización que es propio del buen arte. Interiorizar no significa, para mí, reducir a un mínimo los acontecimientos externos que se pueden contar, sino hacer coincidir el microcosmos de una serie de sucesos con el contrapunto de un determinado mensaje de la narración, y lograrlo en esa aparente detención del tiempo del mundo de lo cotidiano como sólo lo logra el buen arte.


Por eso, las novelas o cuentos de Hesse no son, en su mayoría, relatos que simplemente desgranan o reconstruyen determinados acontecimientos, sino todo un laboratorio de mediaciones alegóricas, de arqueología mítica con la que se va dando forma y modelando artísticamente un haz de significados que iluminan la existencia humana como tal.

En muchas de sus obras se ve otro mundo, incluso épocas que parecen no haber sucedido nunca. Sus antihéroes son el símbolo errante de la desdicha, arrojados a la ignominia de la historia desde donde nos miran hasta hacer doler los ojos de quienes los miramos. Y de este modo parece Hesse querer salir al paso del optimismo metafísico-retórico del humanismo clásico, europeo y occidental, para defender, en cambio, la indisoluble e inexorable unión entre pesimismo y humanidad. Esto es lo que, a mi modo de ver, expresan muchas de sus alegorías, que apuntan al germen de una felicidad que no es de este mundo, pero sólo porque requiere un peregrinar inquieto hacia un tipo de transformación interior que hace acrecentarse la experiencia del espíritu. Esta es una de las posibles claves para extraer de sus libros la riqueza espiritual que contienen, y para interpretar las mediaciones  plástico-expresivas -y, al mismo tiempo, autorreflexivas- de su escritura como formas originales de entender y de practicar el arte. 

 

 

Libros Hesse


Es cierto que hoy muchas de las novelas de Hesse se presentan “a distancia” respecto de nuestra sensibilidad moderna, como símbolos que "representan", en el sentido que tiene la noción schopenhaueriana de representación. Pero es que esa distancia poética de novelas como Demian, Bajo las ruedas, Narcis y Golmund, Roshalde, El lobo estepario o Sidharta es, en realidad, una distancia irónica que expresa una crítica muy atendible a ese dogma indiscutido para nosotros según el cual no debería haber dolor en el mundo de la representación.

Es decir, la ironía que resulta de ese cierto anacronismo de Hesse en nuestro mundo de hoy se debe a que donde él se quiso situar fue justamente a medio camino entre un relato alegórico del alma del europeo moderno y una fenomenología de la conciencia desdichada del ser humano en general, que recurre al arte más alto y seductor como parodia secretamente vuelta contra sí misma. Y en este sentido, matizando la exageración y el extremismo que puede ser propio en ocasiones del espiritualismo de Hesse, esta idea tiene, sin duda, un fondo profundo de verdad, porque refleja el talante intelectual de quien aprieta los dientes con orgulloso pudor mientras busca apasionadamente la verdad en la belleza, como lo han hecho tantos filósofos y tantos artistas a lo largo de los tiempos.